Mezcló sus libros de poesía con las novelitas, legado del abuelo, de Marcial Lafuente. Recopiló sus viejas cintas de casete adquiridas en las más diversas gasolineras a lo largo de aburridos viajes familiares, y las fue intercalando entre los discos de Deutsche Gramophon. Puso después los botes de lejía y amoniaco en la bañera y colocó el champú debajo del fregadero. Colgó sus camisetas cada una en una percha y amontonó sus carísimos trajes sobre el butacón del dormitorio.
El psicoanalista que lo atendió dijo que no existían "maniáticos del desorden", que todo estaba bien y que volviera a casa.
Todo está en orden, todo está en orden se repetía compulsivamente mientras ingería una tras otra las cincuenta pastillas de orfidal.
©Santiago Pérez Merlo
Santiago, este «cuentecito»- produce un poco de angustia...pero es bueno, muy original
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