Te disfrazas otra vez de ausencia
y de pronto tu cuerpo ya no está
tendido en el sofá ni erguido
retocándose el pelo en el espejo.
En la cama hay un rastro de calor y nada
encuentro a mi regreso del trabajo.
No hay brazos que me abracen
ni labios que besen, que digan mi nombre;
no hay piernas enlazadas con las mías;
no hay nariz, manos, nuca…
Sin embargo, no me engaña tu traje
de mujer invisible y huelo tu perfume y siento
el ruido amortiguado de tus pasos.
Pero no puedo tocarte…
No me gusta ese disfraz,
quítatelo pronto y ponte
el de mujer desnuda.
O no te pongas nada,
que no quiero esperar al carnaval.