No hay nada de lo que preocuparse.
Los días siguen
sucediendo a las noches.
El otoño se va abriendo paso
(hoy compré las primeras mandarinas:
huelen a estación sabida y nueva).
La luna sigue creciendo y volverá a menguar,
y seguirá marcándoles el ritmo
a las olas de aquella
que ya no es más mi playa.
Todo está bien.
Los niños van volviendo a las escuelas
para aprender a olvidar.
Las dalias, las begonias, el brezo, los gladiolos
y los crisantemos (pobres denostados crisantemos)
vuelven a florecer. Y las palabras
volverán a vivir después de los silencios.
O tal vez no. Pero todo está bien.
¿Por qué habría de importarle
lo que alguien ha sentido -o dejado de sentir-
a la eterna canción del universo?
Los días siguen
sucediendo a las noches.
El otoño se va abriendo paso
(hoy compré las primeras mandarinas:
huelen a estación sabida y nueva).
La luna sigue creciendo y volverá a menguar,
y seguirá marcándoles el ritmo
a las olas de aquella
que ya no es más mi playa.
Todo está bien.
Los niños van volviendo a las escuelas
para aprender a olvidar.
Las dalias, las begonias, el brezo, los gladiolos
y los crisantemos (pobres denostados crisantemos)
vuelven a florecer. Y las palabras
volverán a vivir después de los silencios.
O tal vez no. Pero todo está bien.
¿Por qué habría de importarle
lo que alguien ha sentido -o dejado de sentir-
a la eterna canción del universo?
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