La visita

¿Sabes? Las calles de Madrid siguen oliendo 
a la misma soledad de siempre. 
Y he estado en aquella plaza. 
Y he tomado café. 
Pero no había bandadas de aves
-ya son pocas las especies que emigran-;
solo palomas. 
(No nos llevamos bien las palomas y yo.)
Tampoco hubo reflejos ni vaso de agua: 
no tenía sed. 
Ninguna mujer tropezó; en ese caso,
la habría socorrido.
Nadie reía. Nadie lloró.
También he visitado otros lugares.
Y he estado atento a muchas otras cosas.

Daré por hecho entonces 
que ni has estado ni estuviste aquí…
O que, como sueles, 
estabas realmente en todas partes…
O que -y créeme que lo siento-
no me quedan fuerzas ya 
para seguir jugando al escondite. 

Recuerda

Un recuerdo no es 
una fecha aunque muchos tengan
un día señalado en un almanaque
o una anotación en un dietario.
Un recuerdo es un beso 
del tiempo, una caricia…
O una cicatriz en la memoria.

Vísperas

“Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.”
(Ángel González)

Se pone el sol 
y alguien canta en latín: 
seguramente es 
tiempo de vísperas. 
“Mañana no será lo que Dios quiera”
(ya estaba escrito). 
Y no será tampoco lo que quiera. 
Mañana no será más que otro día. 
Y alguien cantará en latín 
(es hora de maitines)
mientras que sale el sol. 
Y pasado mañana 
volverá a amanecer y a anochecer
sin que ya nadie anuncie 
nada.
Indefinidamente. 

Vacío

Ningún lugar existe: no hay 
infierno ni cielo.
No hay calles ni ciudades;
no hay países 
ni por supuesto continentes.
No hay playas ni ríos.
Ni habitaciones de hotel.
No hay domicilios. 
El infierno no existe sin demonios
ni hay cielo sin buenas almas.
Si no hay nadie que lo habite,
una ciudad, un hotel, 
un dormitorio…
En un espacio carente de materia
solo hay 
                  vacío. 

Demostrativos

Se hace extraño a veces 
decir “aquel” y no “ese”
cuando no está tan lejos.
O quizá lo esté. 
Pero aquel año 
también fue martes.
Caprichos del calendario 
y sus bisiestos. 
Por supuesto, también era agosto:
aquel agosto.
Justo uno de los días del mes
que fueron martes. 
Y ese día se hizo noche.
Y aquel martes fue miércoles: 
ese miércoles que nunca
será aquel ni este. 
Esos días que son
aquellos días 
y que ya no son estos.

Pequeñas cosas

        “Uno se cree que las mató 

         el tiempo y la ausencia…”

                         (J. M. Serrat)


El mapa

de una ciudad que no conoces,

la imagen de una casa que no existe,

un cigarrillo que se consume solo

en un cenicero extraño…

Y pueblos que sí conoces, 

árboles, montañas, 

senderos al sol…

El número

de una habitación de hotel

impreso al pie de la página 

de un largo libro ya leído,

la cáscara de una pipa 

que cae sobre una alfombra,

un lunar apenas entrevisto…


Y ya no estás más ahí.

Ya te has ido al lugar

en quien todas y cada una

de esas pequeñas cosas

vivieron una vez…

Y vuelves en ti y 

te vuelves a marchar.

Y ya no sabes 

dónde estás o has estado.

Ni quién eres.

¿Perfecto?

Se venden cremas antiedad, 
camisas que no se arrugan y manteles
que repelen las manchas, 
vasos que no se rompen.
Que todo sea limpio, impoluto,
que no se note 
el paso del tiempo.
Sin marcas, sin dolor,
sin las imperfecciones 
que conforman aquello 
que llamábamos vida. 

Males menores

Entre la muerte y el susto
es fácil elegir. 
Nos conforta la salud 
ante el reiterado número 
inútil de la lotería. 
Tenemos un trabajo mal pagado
porque peor sería no tenerlo.
Miramos a las aves, las cometas
porque volar es mucho más difícil.
Nos agarramos a clavos que arden
de un mensaje, una llamada 
cuando lo que se anhela
es una caricia. 
Y vamos sobreviviendo 
porque vivir, la vida,
ha devenido en un viacrucis 
de pequeñas, enormes renuncias.


Plagas

Una sirena más 
ha sido hallada muerta en el Egeo
tras aparente suicidio:
alguien ha vuelto a escribir
un poema sobre el mar 
e Itaca está abarrotada.
Otro gnomo muerto
pende colgando de un árbol:
alguien ha vuelto a escribir 
un poema sobre el bosque
y se ha perdido en su frondosidad.
Otro duende del hogar 
se ha quemado a lo bonzo 
en una chimenea 
cuyas brasas y rescoldos inspiraron 
un poemario completo 
plagado de endecasílabos.
Una resma de camellos en las dunas,
varias decenas de estrellas
y diez o doce hadas en un lago…
Todos muertos porque dicen
que la poesía está viva.
Pero nadie se ha parado a valorar 
cuál es el precio.

(Yo, por mi parte, 
me declaro culpable y solicito 
conmutar pena de muerte 
por destierro
hacia los tratados de trigonometría)

Si…

Si se pudiera atravesar 
el océano en el tiempo que se tarda
en pronunciar su nombre.
Si se trazara sin más 
una línea recta que uniera dos puntos 
también en el tiempo. 
Si el horizonte uniera
el cielo y el mar que no se tocan.
Si el aliento que se exhala
y el aire que se inspira 
tuvieran la misma densidad.
Si el beso que se da 
y el que se recibe.
Si la palabra dicha
y el vocablo escuchado.  
Si tú.
Si yo.