Es subiendo una escalera sin baranda, de piedra como el resto de la casa, donde primero ves, a la derecha, el inmenso dormitorio.
Tras el enorme ventanal que se abre al vasto jardín, hay un escritorio de madera: no es ni demasiado claro ni demasiado oscuro; amplio, con papeles, libros y cuadernos desperdigados aquí y allá en un medido desorden. Se ve una madera robusta, pero no tratada, nada de barniz: marcados los surcos y las huellas de la vida que ha pasado por él y que le confieren personalidad. Detrás, un pesado sillón, más bien anodino pero que parece confortable y una cama grande, alta, con un cabecero también casi tosco en perfecta armonía con la mesa. La cama conserva sus propias hendiduras y sabe historias, pero esas no se cuentan.
La vista se pierde detrás, donde hay una mesa baja y un par de sillones de lectura. Más allá, se adivinan un vestidor y un baño tan solo semi ocultos por paneles de cristal opaco para que hasta allí alcance la luz del ventanal. Por toda la estancia hay lienzos apoyados en el suelo, grandes telas con sólo algunos trazos de color; otros, más pequeños, algunos ya enmarcados, permanecen ocultos.
Encima de la cama hay otro cuadro, mediano, quizás una fotografía: una mujer duerme o simula dormir en blanco y negro apoyada en su propio brazo desnudo. Transmite placidez.
La pared de enfrente, a los pies de la cama, es un enorme mural de un cielo que podría ser un atardecer de tonos lilas, azules y morados más arriba y que van creciendo en oscuridad hasta el gris oscuro al juntarse con el techo. Salpicándolo todo, hay estrellas, una luna rosada casi llena apenas insinuada y bandadas de pájaros blancos, amarillos, grises, algún azul turquesa… volando en desordenadas desbandadas.
Las aves de más abajo parecen salir del único mueble que reconozco: un aparador lacado en negro que no desentona en absoluto con el resto. Y es extraño que así sea, ahora que lo pienso.
Es el único mueble que estaba ya en otras habitaciones en las que yo he estado, contigo. Y ahí permanece, como diciendo que algo queda de ayer en esta habitación que es tuya pero en la que hoy no estás y que sólo he soñado.
Es una habitación con un escritorio que aún conserva las huellas de las manos que se posaron en él, no lo han amordazado para que calle, al igual que el resto de la estancia.
ResponderEliminarTodo, menos amordazado... créame que sería imposible con ese ventanal por el que entra tanta luz...
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