Pero ninguna es tú.
Ni siquiera tú eres tú.
Tú eres la idea que yo me hice de ti:
el cuerpo cuya forma
solo era así bajo mis dedos;
el alma que yo sentía
solo era tu alma cuando yo la adivinaba;
la mente que creía conocer,
esa en la que creía penetrar,
era solo la mente que yo imaginé.
Tú eres tú y eres también
el tú que yo inventé
y que quizá no exista.
Por eso no se puede matar ese amor:
no se puede matar lo que no existe.
Y tú existes por ti misma:
Tú, que no eres tú… aunque a veces
¡te pareces tanto!