Yo que siempre fui hombre
de una sola almohada
(“alta, maciza y robusta”, ya lo sabes),
compré dos por si algún día
te daba por regresar…
Y ahora se me cae el cuello
por tu lado de la cama.
Volví a llenar con mi ropa
tus perchas en el armario
y quité de los muebles las fotos
y aquel libro de Cernuda.
También compré un espejo y lo ubiqué
de manera que pudiera verte
tendida sobre mí, debajo de mí,
a mi lado.
Pero sólo alcanzo
a verme a mí mismo,
por más que tú
-que nunca te miraste en ese espejo-,
estés dentro de él y yo te vea,
borrosamente desnuda cada noche.
de una sola almohada
(“alta, maciza y robusta”, ya lo sabes),
compré dos por si algún día
te daba por regresar…
Y ahora se me cae el cuello
por tu lado de la cama.
Volví a llenar con mi ropa
tus perchas en el armario
y quité de los muebles las fotos
y aquel libro de Cernuda.
También compré un espejo y lo ubiqué
de manera que pudiera verte
tendida sobre mí, debajo de mí,
a mi lado.
Pero sólo alcanzo
a verme a mí mismo,
por más que tú
-que nunca te miraste en ese espejo-,
estés dentro de él y yo te vea,
borrosamente desnuda cada noche.
¿La verdad?
Prefería el dormitorio antiguo: cuando
(no tu fantasma ni mi fantasía)
todo lo habitaba tu presencia.
Prefería el dormitorio antiguo: cuando
(no tu fantasma ni mi fantasía)
todo lo habitaba tu presencia.
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