He pasado por aquel edificio
de ladrillos marrones y terrazas
como proas de barcos
que no daban al mar, a ningún mar.
Te gustó porque te recordaba
a aquella otra casa, lejos
-en el tiempo y el espacio-
de los días felices de motos, bares,
cine, jazz, la universidad,
monte, playa, canutos, juventud…
la flor de otra vida que no se marchitó:
fue el germen de otra planta
quizá incluso más hermosa
(y mucho más sabia; ahora lo sabemos).
de ladrillos marrones y terrazas
como proas de barcos
que no daban al mar, a ningún mar.
Te gustó porque te recordaba
a aquella otra casa, lejos
-en el tiempo y el espacio-
de los días felices de motos, bares,
cine, jazz, la universidad,
monte, playa, canutos, juventud…
la flor de otra vida que no se marchitó:
fue el germen de otra planta
quizá incluso más hermosa
(y mucho más sabia; ahora lo sabemos).
Pero esta tampoco
será nuestra casa, no habrá mar;
ni siquiera soñado desde la azotea.
Las flores de esa terraza
sí que se marchitaron…
Antes de nacer.
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