Llevo setenta y dos horas
sin casi despegar
los labios, ya no hablo
sino a quien conmigo va.
Sólo he pronunciado un par de veces
el nombre de mi perro,
que viene alegre a buscar mi caricia.
Podría hacer un voto de silencio
-y de castidad, ahora que lo pienso-.
Lástima que la obediencia
nunca haya sido mi fuerte, si no,
podría incluso alcanzar la salvación.
Aunque, pensándolo bien,
¿de qué o de quién querría salvarme?
sin casi despegar
los labios, ya no hablo
sino a quien conmigo va.
Sólo he pronunciado un par de veces
el nombre de mi perro,
que viene alegre a buscar mi caricia.
Podría hacer un voto de silencio
-y de castidad, ahora que lo pienso-.
Lástima que la obediencia
nunca haya sido mi fuerte, si no,
podría incluso alcanzar la salvación.
Aunque, pensándolo bien,
¿de qué o de quién querría salvarme?
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