Mi universo

En tu frente contemplo la Vía Láctea: 
sinapsis neuronales como estrellas fugaces, 
planetas habitados, desiertos o -tal vez-
sólo desconocidos;
cometas, agujeros negros,
asteroides de piedras ignoradas
y una estrella -tú lo dijiste-
que brilla más: la nuestra.

En tu pecho veo el universo.
Y en tu corazón, el infinito.
En ti amanezco y anochezco,
siempre.
En ti vivo: en esta diminuta inmensidad. 

Tú y yo

Somos inteligentes y, a la vez,
somos dos tontos
cada día más tontos.
Tenemos intuiciones 
que nos dicen “ven”
y maletas que nos dicen “vete”.
Tenemos sueños
que jamás se cumplirán.
Pero mejor eso que tener pesadillas.
Tenemos deseo, hambre, sed.
Y tenemos agua, comida,
una cama 
que no siempre compartimos.
Nos tenemos -no lo olvides-
uno al otro. 
¿Para qué (la más difícil 
de todas las preguntas)
necesitamos más?

Palabras

Nacen (o deberían)
en el corazón
y mueren en la boca.
Más o menos tamizadas
por eso que llamamos pensamiento
e igualmente condenadas a morir 
cuando salen de nosotros.
Incluso
-aunque haya quien diga lo contrario-,
cuando quedan escritas.
Porque nadie las recordará:
sin memoria no hay lenguaje. 
Las palabras son la vida. 
Y la vida necesita de la muerte.
El silencio es inmortal.

Tiempos modernos

  “Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido...”
(Fray Luis de León)

Vivir pendientes
de los seguidores, 
los “likes” y los aplausos;
la taquilla, las listas de ventas,
los desdeñables “best sellers”
(¿o la envidia?).
Escribir lo que uno quiere,
pero mostrar sólo 
lo que el público demanda.
Extender la cola de pavo real
en mitad del gallinero fiel,
con idéntico miedo
a los taimados gatos
(el pavo murió la última Navidad).

O vivir, escribir,
contemplar en silencio y a solas
la puesta de sol. 
Amar secretamente, 
llorar para adentro 
y sangrar sin dejar rastro
ni ocuparse de las vendas. 
Buscar el faro del fin del mundo 
y quedarse para siempre
en el silencio:
fuera, la luz; dentro,
la oscuridad. 

Cada cual elige. 
Yo camino solo.
Soledad es 
la íntima compañía.