Hay una
(más de una, en realidad)
diferencia importante entre nosotros:
Yo jamás
cambié de parecer
respecto de quién eras,
de quién eres, de quién somos,
de quiénes son los otros.
Pero hay más:
A ti no te sacaron de mis celos,
a mí no me sacaron
de esa falsa libertad que crees tener
en tus vuelos de un barrote a otro
de tus propios pensamientos;
tú nunca vaciaste
del todo la maleta;
yo no olvidé
nada de lo vivido en otras vidas,
pero lo fui dejando
como simples guijarros de un sendero
que no he de volver a transitar...
Tal vez los dos
siempre nos confundimos.
Aunque lo pareciera en ocasiones,
nunca fue nuestra intención
hacernos daño.
Y ambos nos lo hicimos
al mismo delicado tiempo
-eterna paradoja-
en que uno curaba al otro las heridas.
Los dos nos acusamos
de tener mucho miedo...
y, seguramente, ambos tuvimos razón.
A veces nos mentimos:
Pero porque en ti,
tu mentira es la verdad.
Y mi verdad es mi mentira.
(Ojalá no lo fuera).
Hay más, ya ves,
de una diferencia entre nosotros.
Y, precisamente, tal vez eso sea
todo (... “y sólo y siempre”)
lo que nos haga ser imprescindibles.
No el uno para el otro:
el otro para el uno.