Noche

Se hace la noche 
silenciosa y fría.
Y sola:
noche de invierno 
en plena primavera.
Lo peor es que el amanecer,
el día, 
la mañana, 
la tarde
son igualmente fríos 
y silenciosos. Solos.
Lo peor 
es que no se distinguen las horas:
ni ahí afuera
ni aquí adentro. 

Magia

Demasiadas películas de magos.
Una golpe de varita y las cosas 
vuelven a su ser:
las fotografías recuperan su espacio;
tengo un billete de avión 
para dentro de un mes;
el teléfono suena, al menos,
una vez al día;
dos cuerpos desnudos se entrelazan 
en el más antiguo de los bailes; 
resuenan los “te quiero” en mis oídos...

Pero yo no soy mago
y apenas creo en la magia.
Nadie, eso sí, se libra de las ilusiones 
ni del ilusionismo.

El jardín

He soñado una casa.
Tenía un jardín.
Yo era un viejo de esos
que fuman en pipa
en un sillón de mimbre.
Había tres niñas saltando a la comba.
La mayor está triste;
las más pequeñas ríen y, al final,
su risa es contagiosa.
Yo también me río,
la niña mayor ríe con nosotros.
De pronto dejan el juego
y corren a abrazarme.
Algo afuera las ha sobrecogido.
Sabemos que, al otro lado
de nuestro pequeño patio,
el mundo se desmorona.
Pero aquí estamos seguros.
Y abrazados.


Despierto.
No hay jardín.
Sólo la pesadilla.

Quimera

De pronto me asaltan,
como si estuviera 
en medio de un sueño,
esas hojas verdes, 
esos ojos que no miran,
la sonrisa, los pendientes,
la cadenita al cuello...
Como si el tiempo,
nuestro tiempo más allá 
de todo cuanto ocurre fuera,
se hubiera detenido 
hace sólo unos meses. 

Pero no, es real: eres tú,
aunque ya no seas tú. 
Es real... aunque siga siendo un sueño. 

Lecciones

No me deis lecciones de dolor.
De desamor, tampoco;
de preocupaciones, menos.
No juzgo, no dudo
de vuestros dolores, de vuestro desamor,
de vuestras miserias cotidianas.
Pero no admito que nadie
a quien no le quepan
se meta en mis zapatos. 
Yo procuro no meterme en los de nadie
donde no entren mis pies.
¿Soberbia? Puede ser.
¿Orgullo? Tal vez también.
¿Empatía? Toda de la que soy capaz.
Pero nada, nadie, nunca
va a decidir por mí
quién soy yo:
otro lobo estepario 
u otro bicho metamorfoseado.
Pero ese es mi problema. 

Yo, pecador

El coraje es valor,
pero también es ira.
Y la ira es, a veces, 
solamente la punta 
del iceberg del dolor.
La gula del pobre es hambre.
La lujuria es deseo.
La soberbia tiene tantas caras
como seres humanos 
vivimos en el mundo.
La avaricia es un caleidoscopio:
no es lo mismo atesorar diamantes
que avariciar amor. 
La pereza es la musa del poeta. 
El pecado no existe. 

No obstante, y por si acaso, 
yo, pecador, me confieso: 
“por mi culpa, por mi culpa,
por mi grandísima culpa”...

Ego

Nadie más egocéntrico
que un “poeta”, un “artista”
desde el mismo momento 
en que ellos empiezan a llamárselo
a sí mismos.
No tenéis ni puta idea. 
Vosotros no sois la poesía.
Vosotros no sois el arte.
Eso queda, como mucho,
para quien lee,
para quien contempla. 
Lo demás, es (¡ay!) un egocentrismo 
del que no sois ni conscientes...
Y eso os hace más tontos todavía.

(Empezando por mí) 

Losas

Una tras otra,
desde cada rincón del firmamento,
van cayendo losas sobre mi cabeza.
El cráneo se ablanda, el cerebro
se vuelve blanquecino.
Y, al mismo tiempo, 
el corazón se endurece,
se oscurece, se vuelve negro.

Abismos

Es fácil asomarse al abismo 
y pensar en dejarse caer.
Pensar que, tal vez, en lugar de estrellarnos 
vamos a volar sobre ese bosque
de anémonas de mar y pinos 
imposible.
Porque el abismo está dentro de nosotros
y allá todo es posible:
algas en medio del desierto
y abetos en el mar.
Pero no volamos.
Si nos dejamos caer,
simplemente moriremos estampados
contra una barrera de coral 
o ahogados en un mar de chopos.

Volver

Siempre vuelvo a mis viejos
y tópicos lugares:
el pozo, el espejo, la caverna...
Unas veces me hundo,
me miro y no me veo,
me refugio en la oscuridad.
En otras ocasiones,
sólo me acerco al brocal 
y saco agua fresca;
me miro, me veo, me reconozco en mí;
salgo de la cueva 
y disfruto de un rayo de sol...

Sin ánimo de dar lecciones, 
creo que se llama vida. 

Becqueriana

Nunca, nadie
te va a querer 
como yo te he querido.
Quizá haya incluso
quien lo haga mejor:
quien sepa comprender
lo que yo no entendí...
Pero, como yo te he querido
-todo, sólo, siempre-
desengáñate:  ¡así no te querrán!.