Hacia la vida

Nunca le corté el rabo a una lagartija 
como hacían otros niños de mi edad.
Nunca corté las alas 
ni siquiera de una mosca 
o de una mariposa.
Me cuesta incluso pisar a una araña
o a una cucaracha, aunque las odie.
Una vez, encontré un pez 
boqueando en la orilla
y lo llevé mar adentro. 
En otra ocasión,
al caerme de una bicicleta,
encontré a un pajarillo herido
y traté de salvarlo
con mis manos manchadas de sangre. 
Y salvé a otro gorrión de la boca de un gato 
que, pobre de él, sólo seguía su instinto.

No. No soy mejor que nadie. 
No soy el San Francisco que una vez me llamaron
por mi cara cetrina.
Pero, tal vez... sólo tal vez,
la vida que me importa no es la mía.

Qué importa

Cada vez más lejos
del mundo y de todo.
Cada vez más lejos 
del sol, de las estrellas.
Cada vez más lejos 
del mar, de la montaña,
de los árboles, del barro.
Cada vez más lejos
de ti y de mí mismo.

Me he alejado tanto
que no sé dónde estoy...
Pero qué importa.

Aviso a navegantes

Esto no es mi cuaderno.
Los poemas, la poesía...
sean lo que sean 
los versillos que yo escribo
no son un diario.
La mayor parte de las veces 
son, como mucho, ocurrencias,
reminiscencias de un sueño,
de un anhelo, de un sentir
-tal vez inútilmente-
de que uno tiene algo 
que plasmar en un papel. 
Está claro que es mi vida, sí. 
La poesía, esa que llena la boca
y el ego de tantos,
no es más que un puñado de palabras
escritas en renglones cortos. 
Sale del corazón (o debería),
de algún rincón oscuro
de eso que llaman alma... 
Y, si no chorrea sangre, no tiene sentido.
Pero no es
el periódico del día.
Mucho menos un adorno, un “selfie” hecho
para redes sociales.

No se rían conmigo cuando río.
No lloren si creen haber leído alguna pena.
No se callen aunque yo guarde silencio.
Y ya basta de explicarse inútilmente.
Adiós.

Terapia

 -El amor comienza con el miedo:
con el miedo a perder lo que uno ama.

-No, no vine a hablar de eso. 
Vine a decir que estoy perdido.
Que adoro a mis hijos 
pero no de igual forma:
que de uno soy dueño (y no me deja);
de otro soy esclavo (y no me dejo).
Vine a decir que no sé a lo qué vengo.
Que tengo miedo de mí: 
que tengo miedo de amar,
que tengo miedo de no amar...
Tengo miedo de la vida 
y de la muerte.
Y ninguno soy capaz de confesarlo.
Confundo los amores y los miedos. 
Ya no sé qué es cada cosa.
Vine a decir que no sé qué decir.
¿Qué estoy haciendo aquí?

Errores

Confundo la esclavitud
con supuestas libertades.
Confundo a los pintores 
con sus cuadros.
Confundo a los poetas 
con la poesía.
Confundo la verdad y la mentira.
Confundo la preocupación
por saber que están bien 
quienes me importan
con los celos.
Confundo los kilómetros 
con la distancia.
Confundo el futuro
con el sueño de tenerlo.
Confundo la vida con la muerte.
Confundo el amor con el miedo,
la noche con el día.
Y, aún así, sobrevivo:
constantemente equivocado. 

La verdad

Una vez me dijeron
“eres el mejor jefe que he tenido”.
Y no era verdad.
Otra vez me dijeron
“has sido mi mayor amor”.
Y también era mentira.
Mi hija dice a menudo
que yo soy “muy buen padre”; mis padres, 
que soy “un muy buen hijo”.
Alguien dijo una vez 
que era un gran poeta...

Y la única verdad
es que no soy nada de eso.
La única verdad 
es que no soy nadie. 
No soy nada.
Y así está bien.

Miedo calé

Harto ya de los versos, 
de supuestos poemas 
que no dicen nada;
de palabras que se juntan 
las unas a las otras
sólo porque son “bonitas”,
porque suenan bien...
a pesar de que ni música suponen. 
Quejíos que no expresan nada:
apenas vaguedades o fuegos de artificio.
Ni una gota de sangre, de tinta o de sudor,
de bilis cuando sea preciso.
Ni un hálito de vida. 
Ni en los versos ni en las prosas.
Nada.

Miedo a ser como ellos cualquier día,
a que la boca no me sepa a sangre cuando canto 
-gracias, Tía Anica Piriñaca, siempre-.

Cuánto mejor, llegados a este punto,
tan sólo una guitarra. 
O el silencio.

Rocíos

Parecen resbalar a veces
las palabras de amor 
como gotas de rocío 
en las hojas de hierba.
No llegan a la raíz.
No alimentan el sustrato.
A lo sumo,
un verde que parece más intenso
un instante fugaz:
hasta que amanece.
Y se evaporan.

Hombre rico, hombre pobre

-Mis normas están
esculpidas en piedra.
-Las mías las escribo 
en finos papelillos de fumar,
que luego arden.
-Mi casa es un palacio
con treinta habitaciones.
-Yo vivo en un cuartucho:
un jergón, una mesa, una silla
y un puñado de libros.
-Mis deseos son órdenes 
para una legión de sirvientes.
-Yo no digo ni al perro
cuándo debe comer.
-Yo mando sobre mí, sobre los míos: 
dispongo cuándo sí, cuándo no...
sólo me faltaría 
decidir a qué hora sale el sol,
a cuál la luna. 
Yo impongo las reglas...
Soy tan fuerte como un roble.
-Yo, más bien, soy mera hoja de hierba.
-Usted arderá antes y yo lo veré arder.
-Es muy posible, pero 
¿es usted su señor? ¿O es esclavo?...
¿Y es usted feliz? 

Máscaras

¿Por qué mentir? ¿Para qué 
ponerse una máscara tras otra
y ocultar, ocultarnos,
quiénes somos?
¿Por qué llorar si se quiere reír?
¿Por qué fingir amor u odio,
indiferencia,
si se siente lo contrario?

Creemos que así 
protegemos nuestra piel,
nuestro rostro,
nuestra débil osamenta. 
Y cortamos las alas
que nunca tuvimos,
por mucho que soñáramos volar.
Y, así, quedamos a la intemperie.
Al albur de las fuerzas
que no dominamos:
y así morimos. 

Favor

Por favor, 
que nadie me hable más 
de poetas ni cantores.
Que nadie más me cuente
qué está bien y qué está mal.
Que nadie más me juzgue 
ni me obligue a juzgar. 
Dejadme, simplemente,
que mire las estrellas 
o que me hunda en el barro
con la pluma y el cuaderno 
en mi regazo. Sin decir
una palabra más.
Dejadme ser Cyrano 
y volar, volar, volar...
y que un enemigo incierto
ponga el fin. 

Resumiendo


              “Y estos sean los últimos versos que yo le escribo”
                (Pablo Neruda).

Ya nunca más oír tu voz.
Ya nunca más sentir 
tu aliento junto al mío.
Ya nunca ese vello erizado 
con un simple roce, una sonrisa.
Ya nunca las películas a medias,
ya nunca los ronquidos.
Ya nunca el desayuno con jamón y zumo 
de naranja, ni ya los imanoles.
Ya nunca más las islas del tesoro
ni bucaneros que otros inventaron,
ni las olas salvajes.
Ya nunca más Venecia
y su sudor.
Ya nunca más Locanda,
ni buenos sucesos,
ni las dunas, ni el dedo de dios 
que nunca vi.
Ya nunca más el otoño leonés
ni los castaños.
Ya nunca la Lisboa que no conocimos.
Ya nunca el Monte Igueldo
ni Bidania.
Ya nunca las ferias -ni las casas- 
del libro, ni las dedicatorias.
Ya nunca Betelgeuse,
ni ya la luna llena.
Ya nunca las alas de Icaro
volando a media noche 
ni los flancos de Cholo
meneando la cola a media tarde.
Ya nunca la alegría 
de dos risas infantiles.
Ya nunca nuestras propias risas.
Ya nunca la puesta de sol,
ya nunca más las piedras de esa playa.
Ya nunca el baile a solas 
con tus ojos cerrados
y los míos abiertos.
Ya nunca más mis labios 
en tu sexo, ni tu boca en el mío.
Ya nunca más 
las madrugadas en los aeropuertos. 
Incluso, ya nunca, la compra 
a cuatro manos,
la elección de aquel mueble, 
de aquella hierba falsa.

Ya nunca más los celos,
los llantos, los reproches, las jaulas
ni las preocupaciones, el control,
las alas rotas,
la no-libertad, las llamadas perdidas...
ya no más incomprensión. 

Ya nunca más 
los malos versillos 
de este mal poeta. 

Ya nunca el infinito
ni los dos corazones tatuados.
Ya nunca tantas cosas.
Ya nunca nada más.
Ya todo siempre.

Ruido

Habría tanto por decir 
que no se ha dicho.
Tanto por escribir
que no se ha escrito.
Había tanto por callar 
que, eso sí, se ha callado.

Y, al final, sólo queda el silencio.
Y es tan triste el silencio
que parece ruido. 
Mejor no decir, no escribir:
mejor callar...
hasta que los tímpanos estallen. 

Migraciones

Hay una niña, una playa.
La niña agita un pañuelo al viento 
despidiendo a una bandada de aves.
No las ha contado, 
pero sabe que son trece.
El pañuelo se escapa.
La niña lo persigue.
Ahora son quince sombras las que emigran.
Pero nada ha cambiado.
Los números no vuelan.

En el mar

Un pequeño guijarro 
se aferra a la orilla 
del río que conoce
(o que cree conocer). 
Se refugia entre piedras más pequeñas
y trata de ocultarse
en esa falsa arena, débil,
que creía protectora.
Pero el río es poderoso,
fuerte como la vida;
la corriente, inexorable.
Y se lleva a la piedra,
que se adentra en el inmenso mar. 
Y se pierde.

La trampa

No creo en el olvido.
No creo en la memoria
ni creo en los recuerdos.
Todo ha pasado ya 
el engañoso filtro de la mente.
Queremos olvidar y lo que hacemos
es forzar al pasado a que se vaya
(trayéndolo de vuelta);
queremos recordar 
y forzamos a que se haga presente.
Y en toda esa pelea
ya hemos perdido todo:
el pasado, el presente, el futuro.

Mejor sólo mirarse en el espejo
y decir “ahora”...
e incluso en el momento de decirlo
se ha marchado para siempre.

Reyes Magos

Han dejado un saco.
Aún no sé si está vacío 
o lleno de sueños
que los niños 
olvidaron pedir.
También suena 
una especie de mar que se ha secado.
Y parece brillar una luna
que se niega a salir. 
Me da miedo abrirlo.
Ni siquiera parece haber carbón
con el que calentarse. 

Compañía

Media luna me sonríe 
burlona:
estoy sola, estás solo,
-me dice-.
No le falta razón
y sin embargo
ambos somos capaces de mirarnos.
Y hacernos compañía.
Hasta que salga el sol.
Y no seamos capaces de vernos.