Fuera de la caverna

Hay dos hadas 
revoloteando 
y velando mi sueño.
Dos diminutas hadas 
como Campanilla.
No lo entendí en su día 
-creía aún en Platón-
pero ahora lo sé: 
“vinimos a salvarte”...
Y era cierto.

El buzo de la luna

Cada noche se eleva 
oscuridad arriba
alejándose de la gravedad
a pesar de sus botas plomadas.
Llega al Mar de la Tranquilidad y sueña
que realmente hay agua, 
que desciende y contempla a las sirenas
y al resto de habitantes 
del extraño mar sereno.
Cada noche contempla la tierra
y piensa en volver a dejarla al día siguiente.
Pero es de día ya: hora de sumergirse 
en otros mares, en ponzoñosas aguas,
en busca de no sabe qué tesoros.
Mañana volverá a la luna.
Y volverá a besar a su sirena. 

Palabras

¿Y para qué los verbos
si decirlos no supone acción alguna?
¿Adverbios? ¿Para qué si no hay acción?
¿Sustantivos? ¿Pronombres?
Vano intento el de sustantivar 
cuando no somos nada;
inútil distinguir yo, tú, él o ella...
nosotros: 
ninguno somos nadie.
Absurdo intento de nombrar, de adjetivarnos, 
de individualizar con un pronombre, 
de completar acciones que no se han realizado.

¿Habla acaso la boca que se besa?
¿Dialoga la piel que se acaricia o rasga?

Sólo una oración quiero:
“guardar silencio”.

A todas horas

Aprendí a no cortar las flores del camino.
No paseo mis penas por los bulevares 
ni me siento a ahogar mis penas
en barras solitarias.
Ahora me quedo en casa y sueño 
con flores salvajes que muerden la mano
si intentas arrancarlas. 
Ahora me quedo en casa y pienso 
cuántas horas perdí en esos solitarios veladores.
Me quedo solo en casa y pienso en ti.
A todas horas. 

Si supieras...

Si supieras, amor,
con cuánta poca agua
se sacia mi sed.
Si supieras
con qué escasas migajas
se calma mi apetito.
Si supieras, amor,
que un par de monosílabos
que percutan mis oídos
desencadenan todas las sinapsis
que mi cerebro precisa.
Si supieras
que una visión -aunque sea fugaz-,
que el más leve roce
de la yema de un dedo sobre ti
-en tu piel, en tu pelo-
me ayudan a saber lo que es el infinito. 

Si supieras, amor... si lo supieras.

Pesadilla

Como en uno de esos sueños:
corres, corres, corres...
No sabes en pos de qué 
o si huyendo de qué especie de fantasma.
Tú sólo corres, corres.
Y no llegas.
O te alcanzan.
Y despiertas empapado en sudor.
Y no sabes si has ganado
o si te has muerto.

Tal vez puedas volver a dormir.

Pompa(s)

No vine al mundo para dejar en él
memoria alguna de mí.
Me iré sin dejar rastro.
No volveré porque no creo
en ningún tipo de reencarnación.
Aspirar a “pasar a la posteridad”
me parece un delirio de grandeza.
Y yo soy muy pequeño.
Tan pequeño que apenas se me ve.
Pequeño y transparente
como una de esas pompas de jabón
-el resto de pompas (y boatos)
también son presuntuosos -
que embelesan a los niños y les hacen reír.
¿Qué mayor aspiración que haber logrado
alguna vez
una de esas sonrisas?

Aire

Tú lo necesitas para respirar,
y también para volar 

y elevarte
por encima del mundo. 

Yo necesito siquiera el que tú exhalas
para seguir con vida.
¿Cómo hacer para que yo no muera
sin robarte tu aire? 


Se me ocurre... aprenderé a aspirar 
el rastro de viento que dejan tus alas,
mientras no pueda tomar directamente 
el soplo de tu aliento.

Reciclaje (un cuento)

Depositó en su lugar todas las disculpas;
se deshizo en otro cubo de los celos;
otra bolsa más para las envidias;
en otro contenedor, más escondido,
fue dejando con mimo
las palabras de amor que pasaron de moda,
unas cuantas caricias olvidadas
y un puñado de besos oxidados
que habían olvidado en el desván.
Volvió a casa paseando tranquilo.
Su mujer le esperaba con una bolsa enorme:
“se te olvidó llevarte las mentiras”.
Y se puso a llorar.
Él temblaba y, aún así, recogió
la pesada bolsa de sus manos.
Añadió todas las lágrimas que pudo recoger
y las unió a sus propios miedos.
Arrastró con esfuerzo el saco hasta la calle
y lo dejó junto al resto de los contenedores. 


Poco después, otro hombre escarba en la basura: 
va uniendo en algo parecido a moldes
lo que ha elegido de cada contenedor.
A su lado, en ese instante, aparece otra mujer.
Y otro hombre. Se van de la mano
hacia la misma casa -la de antes-, 
que ahora está vacía.

El hombre que escarbaba en la basura 
se sienta en un bordillo y mira las estrellas.

Calle Mayor, otra vez

Mira que paso veces por esta misma calle.
Y mi único recuerdo recurrente
-aparte de una novela tantas veces releída-
es pasear contigo de la mano.
Creo que era la primera vez,
que incluso pedí permiso
porque alguien podía vernos
-así fue, efectivamente, aunque lo supe más tarde-...

Desde entonces, siempre paso por aquí 
como si de un momento a otro
me hubiera quedado manco.