Uno a uno separo, metódicamente,
los casi mil poemas que escribí.
Voy haciendo montones procurando
que ninguno sea más alto que otro.
Tres torres de papel
que contemplo sin prisa.
Arrojo poco a poco
el primer montón al fuego; lo veo
lentamente consumirse
y desaparecer.
El siguiente, voy dejándolo caer al mar,
la tinta se diluye,
el papel se deshace y la corriente
acaba por llevarse cada verso.
Para el tercero cavo
un profundo agujero junto a un árbol
y lo entierro.
Sólo queda un poema:
ese que aún no he escrito y que un día
te ha de llevar el viento.