Malvendo mi derecho a equivocarme
a cambio de una única
certeza sin fisuras
pero que sea capaz de convencerme.
(Aviso que no valen ecuaciones
ni dogmas de fe, ni paradigmas.)
Que alguien me convenza -por piedad-
que merece la pena
por tal o cual motivo, salirse de la cama
y afrontar cada día
con la mínima esperanza
de que hay algo, hoy, que puede mejorar.
(Y nótese que digo “cada día”,
no vale un día bueno entre veintidós malos.)
¿Nadie se atreve? ¿Veo una mano alzada?
Ah, no: la señorita llamaba a un buen amigo.
Sigo reivindicando por lo tanto
mi derecho al error de pisar este mundo
como si eso le interesara a alguien...
Y me vuelvo a la cama.
©Santiago Pérez Merlo