A Luis Cernuda

Mientras no convirtamos 
el deseo en realidad,
seguirá siendo solamente deseo.
Y la realidad, esa pobre anciana coja 
que arrastra sus piernas 
como agujas de reloj:
lentas pero inexorables.

Aunque de cuando en cuando baile y nos permita 
danzar con ella sin poner 
                                        los pies 
                                                     en el suelo.

©Santiago Pérez Merlo

Oz

Dorothy no regresó.
O quizá no se fue nunca:
nunca hubo un tornado, 
nunca hubo un camino 
de baldosas amarillas.
Las brujas malas mandan, sí: en Oz 
y en todas partes. 
No hay lugar para las hadas.
Y no existen los leones cobardes. 
Los leones devoran a sus presas.
Los hombres de hojalata jamás tendrán corazón;
ni los hombres de paja pensarán...
ni falta que les hace.

Y siempre serás tú la imagen
que devuelve el espejo.
Aunque prefirieras vivir 
en otro mundo
                               y sueñes.
Pero incluso en los mejores sueños
el mago es un impostor.
Y Oz no es más que una aburrida
casa vieja en mitad de Texas.

©Santiago Pérez Merlo

Siempre

Estar contigo se parece
demasiado a menudo a vivir solo.
Cuando estás lejos porque vives lejos.
Cuando viajas o duermes 
o sueñas o entornas los ojos
y te pierdes en el cielo.
Cuando lees y te quedas pensando
-el libro en el regazo-.
O contemplando el movil con mirada absorta
como si no entendieras 
lo que pasa en el mundo algunas veces.

Pero estar contigo significa también 
cerrar los ojos 
o apretar una mano sobre otra 
y sentir el calor.
Estar contigo 
-incluso estando lejos-
es estar siempre, siempre, siempre 
acompañado.

©Santiago Pérez Merlo

Dormir contigo

Cuando roncas como una marmotilla
o cuando respiras hondo 
y tu placidez me lleva al sueño.
Cuando hablas, a veces, 
pronunciando palabras ininteligibles 
y me sonrío y pienso “¿qué me querrá decir? 
¿qué se dice a sí misma? 
¿o con quien habla?”.
Cuando me abrazas 
y el calor de tu cuerpo 
me devuelve a la vida 
en mitad del truculento insomnio.
Cuando te abrazo y noto
que a un tiempo quieres 
mi presencia y al mismo tiempo quieres 
estar tranquila en tu rincón, a solas 
con tus sueños.
Y me aparto suavemente,
aspirando profundo de tu esencia.
Procuro atesorar, avariento y despierto. 

Pero están las otras noches, 
cuando nada de eso queda,
estiro el brazo y voy 
de un lado al otro de la cama. 
Y estoy solo.

©Santiago Pérez Merlo

Manifiesto

Autores para niños y para mayores; poetas
para adolescentes, para amas de casa
aburridas de la televisión; rimadores 
de rap, cantautores sin música, bardos 
profundos y llenos de oscuridad;
entendidos, cursis, zafios, aprendices...
Los que venden mil libros, quienes 
vendieron veinte y quien venda cien mil; 
los que nunca en su vida
han publicado y tal vez no lo hagan; graffiteros
de muros y vagones; carne de red social,
los poetas de bar y los de biblioteca.

Que ninguno se rinda, que nadie
se compare con el otro:
Siempre hubo bufones en la corte,
poetas silenciosos en patios de convento,
lameculos de palacio, trovadores y cómicos
de la media legua. Siempre hubo 
aplausos, monedas de oro, críticos
resentidos, artistas resentidos... 
A veces, simplemente, silencio. Y un poema.

Que ninguno se rinda, que nadie
se calle por ello. Por encima del ruido
nos queda -y poco ya nos va quedando-
la palabra.

©Santiago Pérez Merlo

Pecados

Disfruto la pereza.
Gozo con la lujuria si me dejan. 
Me contengo con la gula.
La avaricia y la envidia
nunca me han acosado.
A la ira procuro
mantenerla a raya.
No soporto la soberbia. 
Yo, pecador.

©Santiago Pérez Merlo

Palabra

De cuando en cuando alguien,
sin levantar la voz, sin hacer aspavientos,
dice una sola palabra,
a veces perdida entre cientos de otras
pero se escucha nítida, brillante,
ajena a cuantas la rodean 
y a los vacíos de otras palabras huecas.
Y es difícil y extraño 
porque es intenso el ruido.
Pero ya la has oído y no hay salvación
ni cura, no es necesario más:
esa palabra basta.

©Santiago Pérez Merlo

Niño Amor

      “Vendado que me has vendido...”
      (Luis de Góngora)

Enceguece a quienes ven
y devuelve la vista a algunos ciegos
(apenas unos pocos: los más afortunados).
¿Pero cuántos saben
si eran ciegos o videntes
antes de que él apareciera?
¿Y qué,
en el fondo de su alma, 
prefieren?

©Santiago Pérez Merlo

Pedazos

-¿Quién eres? -preguntó
alguien que por una vez
no se llamaba Alicia-.
-No lo sé, esperaba
que tú me lo dijeras.
-¿Cómo podría saberlo?
No soy más que un espejo roto
en el que ves
los fragmentos de ti y al mismo tiempo
todos los “yos” que eres,
diferentes pero iguales.
-Tal vez entonces sea eso:

pedazos de reflejo... pedazos de nada. 

©Santiago Pérez Merlo

Hasta finge que es dolor

Estoy cansado de ser quien no soy.
Cansado ya de ser quien nunca fui.

Me agota esta sinceridad
de ser siempre yo mismo
y que el resto de la gente
vea a otra persona, a otro hombre,
a un poeta, a un padre de familia,
a un lector, un escritor, un amante
del arte que no sabe qué es el arte.
Me agota la empatía de ser
siempre en el otro
y dejar de ser yo: el sucio,
el egoísta, el embustero,
el celoso, el que sabe lo que odia
igual que lo que ama.
Aunque nadie más lo sepa
(¿y qué importancia tiene?).
Me agota el fingimiento
de fingir ser yo mismo.
Y no ser yo.
Que no soy el que finge.
Ni el que no.

©Santiago Pérez Merlo

No veis lágrimas rodar...

No veis lágrimas rodar y no entendéis
la tristeza sin llanto.
No veis risa constante y no entendéis
la alegría desbordada.
Ninguna de las dos es absoluta nunca. 
Sobre todo, no veis que viven juntas,
no sólo en mí: viven así en todos 
y cada uno de vosotros.
Sólo que yo lo escribo. 
No lo niego. 
No lo oculto. 
No me niego. 
No me engaño.
No escribo de las cosas que no siento.
No contemplo las estrellas 
para no ver las ratas
ni acaricio a las ratas
cuando estoy a tu lado 
y las estrellas cantan la canción 
del silencio universal.

Tal vez no sea poesía nada de lo que escribo.
Pero escribo: escribo para resistir
y para resistirme; para llorar con tinta
y reír con la risa de la pluma 
que ensucia los cuadernos.
Ningún mérito (de sobra lo sé).
Ahorraos los aplausos y vivid
reconociendo vuestra propia risa...
no limpiando vuestro llanto.

©Santiago Pérez Merlo

Nudos

No sale el “nylon” que anuda la garganta.
Como sedal de pesca sin anzuelo
se retuerce sobre sí,
se enmaraña y crece, ahoga
y no hay palabra ni verso que libere
lo que abajo, más abajo,
a la altura del pecho, necesita salir.
Pero se abre camino: con dedos hábiles
desata, suelta, desanuda
con paciencia y dedos firmes de redero.

El pez de la verdad nadará libre.

©Santiago Pérez Merlo

Dormir

¿Qué será lo que vea cuando abra los ojos?
¿Reconoceré tal vez los rostros
de quienes me aman?
¿De quienes un día dijeron que me amaban
aunque no fuera verdad?
¿Seré por una vez capaz de verme
en la cara que me escupe el espejo?
O quizás sea mejor no abrir los ojos,
fingir que estoy dormido…

arriesgando la pesadilla al sueño.

©Santiago Pérez Merlo

Envidia

Me da envidia la gente que todo lo hace bien:
escriben, pintan, sacan fotografías asombrosas...
Yo apenas sé escribir mal un poema.
Aún les queda tiempo, además,
para ir a sus trabajos, querer a sus mujeres
(o maridos), atender a sus hijos, tener
la casa limpia, cada cosa en su sitio.
Yo apenas sé escuchar
a mi hija, prepararle la cena,
y pasear al perro dos o tres veces al día.
Algún día, quiero ser como ellos.
O quizá no.
Quizá sea mejor vivir un poco
disfrutando de las imperfecciones.
Sobre todo si pudiera

vivirlas a tu lado.

©Santiago Pérez Merlo

Carpe diem

Algún día, cuando abras los ojos,
los míos se habrán cerrado para siempre.
Entonces será tarde.
Entonces será nunca.
Y “nunca” nunca es siempre
para quienes
no creemos que hay vida más allá
de esta vida.


“Collige, virgo, rosa”,
-dijo alguien-
mientras veía caer uno tras otro
los pétalos, clavarse en las espinas.

Quizá creas que no. Pero sí: 
esto es un poema de amor.

©Santiago Pérez Merlo

Apósitos de año nuevo

No vendarme los ojos
ante las injusticias,
ante los muertos de hambre...
ante los muertos.
No taponar los tímpanos
para no oír los gritos
de quienes tienen tanto que gritar.
Dejar salir la sangre libremente
cuando quiera escapar de mis venas
                                                       oscuras.
No dejar que me obstruyan la nariz
ni ante la peste ni ante el falso aroma
del mundo que se pudre.
No guarecer las manos tras los guantes
que no dejan tocar
la rosa por el miedo a las espinas.


No tapar las heridas
para dejar que el sol las cicatrice.

©Santiago Pérez Merlo

Árbol

Esa no es mi poesía. Ese no es mi poema.
Igual que vuestro mundo no es mi mundo.
Vuestra vida no es lo que yo llamo vida.
Vuestro interés no es lo que a mí interesa.
Vuestra piel, vuestros aullidos, vuestras garras...
No son mis manos ni mi voz ni mis caricias.
Apurad vuestras copas, haced brindis al sol
y a la luna si os place.
Yo hace muchos años que no brindo.
Y no despego los pies de este suelo
porque en él he clavado mis raíces.
Aunque árida a veces, la tierra me sustenta.
Seca, doliente de dolores que duelen como sólo
duelen los pies descalzos sobre tierra quebrada.
Pero, también, con tu agua que absorbo.
Y me da vida.
Aunque, cegados del supuesto sol,
no podáis ver mis ramas.


©Santiago Pérez Merlo