Funeral

Qué buena persona fue.
Qué bien trató a sus hijos.
Y a sus padres.
Y escribía tan bien. Qué gran poeta.
Y tan joven, una pena.
Y era tan risueño.
Siempre una sonrisa y una broma.
Aunque estuviera
podrido por dentro,
él siempre se reía. Procurando
que la gente sea feliz... perdón: “fuera”.
Y qué buena persona
(-ya lo has dicho).
Le echaremos de menos.
Una semana, un mes, quince días y medio.
Y tenemos su recuerdo para siempre.
...

Algunas veces,
a uno le dan ganas de estar muerto. 

©Santiago Pérez Merlo

Lo que importa

No gastes la sal en derretir la nieve
que sucia y pisoteada
congela el corazón de algunos hombres.
No derroches el agua
en extinguir incendios
que arden con el odio del mismísimo infierno.


Es vana la labor: ni lodo has de extraer
del pozo que se secó. Una soga sin cubo
pende a veces 
de lo que más parece cadalso que brocal.

Conserva, sí, unos cuantos rayos de sol
y el brillo de la estrella que prefieras.
Y con ellos alumbra
tu propio camino... en un recodo
tal vez veas temblar una luz idéntica a la tuya:
y ese día, juntas, brillarán para siempre
sin importar la sombra que se cierne alrededor.

©Santiago Pérez Merlo

Estrábico

Se supone que la vida es eso:
aprender a renunciar, entender
que no siempre se puede tener todo.
Que unas veces, sí.
Y otras muchas, no.
Que algunas cosas, siempre.
Y otras, nunca.
Y otras, la mayoría, “quizas”,
“quién sabe”, “algún día”...
Y, entretanto, disfrutar 
de lo poco o de lo mucho 
que sí se va teniendo 
y que sólo se mide 
en función de la mirada que apliquemos.

Tal vez lo malo sea precisamente
mi estrabismo
que ve todo lo alegre 
y lo triste a la vez.
Y lo mismo me regala 
amargas felicidades
que alegrías tan tristes.

©Santiago Pérez Merlo

La condena

Ser el primero. Y el último.
Y ser toda la luz y todas las sombras.
Ser el blanco y el negro
en un mundo sin grises.
Un eclipse de sol,
un eclipse de luna.
Océano y desierto
                            infinitos.
Ir siempre por delante
y estar siempre detrás.
Mariposa antes que oruga.
Cordero con dientes de lobo.

Ser todo. Y no ser nada.


©Santiago Pérez Merlo

La escalada

Y canto, y desafino.
Intento dibujar: sólo garabateo.
Pruebo a hacer un discurso
y apenas un rebuzno sale de mi garganta.
Intento la escalada aún a sabiendas
que jamás alcanzaré
la cima.
Pero camino.
Cada vez está más lejos.
Corro entonces. Y es peor.
Me paro a descansar en una cueva.
Y no hay nadie. 

Nadie viene en mi busca tampoco.
Reemprenderé el ascenso.
Aunque no llegue nunca.
Escalaré aferrado sólo a mis torpes manos,
sin arnés y sin cuerda,
si la pared se vuelve vertical.
Pero me caigo.
Seguiré pese a todo.
Detenerse no es ninguna opción.
Como mucho, 
morir en el intento.

©Santiago Pérez Merlo

La caverna (V)

Si siempre  vuelvo una vez y otra vez
a la caverna, ¿para qué 
me obligáis a salir?
¿Por qué ese empeño en que vea
una luz que nunca veo? 
¿Por qué no puedo estar, sin más,
en la semipenumbra 
a la que mis pupilas se han acostumbrado?
La luz del sol me ciega.
Y la de la luna a veces  me da miedo
-demasiada palidez-.
En mi sombra interior, 
esa que se proyecta en la pared 
que sólo yo distingo,
mis ojos se acomodan.
Y veo.

©Santiago Pérez Merlo

¿Presbicia?

Se acrecienta con el tiempo
mi defecto visual.
Cuanto más cerca están las cosas, 
más lejos las veo.
Cuando se alejan, sueño que las toco.

Sabía de antiguo que la vista engaña...
Pero, ¿tanto?

©Santiago Pérez Merlo

Cuando te pienso

              “...y le doy la espalda al mar...”
                                           (Sabino Méndez)

Quieres que me emocione una puesta de sol...
Como si el sol no se pusiera cada día.
Y dices que le doy la espalda al mar
como si no supiera de memoria
lo que dice cada ola,
el universo que arrastra en su interior 
cada grano de arena que hay en esta playa 
que ya no necesito contemplar.
Porque está dentro de mí...

Cuando mejor la veo 
es en ese otro lugar que yo llamo mi casa: 
cuando cierro los ojos en mitad de ningún sitio
y veo ponerse el sol en la línea del mar
y oigo la canción
infinita de todas las estrellas en un grano de arena.
Cuando cierro los ojos 
pero estiro los brazos y no estás.
Cuando te pienso.

©Santiago Pérez Merlo

Este mar...

Este mar al que vuelvo,
¿seguirá siendo siempre 
el mismo mar?
¿O es nuevo cada vez,
desconocido?
¿Y soy el mismo yo,
el mismo que regresa 
o soy alguien distinto en cada viaje?
Más viejo soy, seguro.
O tal vez más rejuvenecido...
Como esas olas nuevas y suaves 
que me hablan un idioma que sé
pero que al mismo tiempo he olvidado.
Y sigo sin embargo intentando aprender.

©Santiago Pérez Merlo

Antipoema

Me duelen los cojones
de Sísifos, de Ulises, de sirenas,
de Ítacas, de Olimpos y de Alejandrías.
Me duelen los cojones
de fantasmas, de muertos por amor:
de putos muertos.
Me duelen los cojones
de campos de amapolas,
de mareas, de lunas,
de piedras y de bosques
que son siempre el mismo puto bosque.
Me duelen los cojones
de mirarme al espejo
y no ver nada.
Me duelen los cojones
de ver tanto que duela verlo todo.



Me duelen los cojones 
de tanta “poesía”. 

©Santiago Pérez Merlo

¿Para qué?

¿Quién? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?
¿Por qué? ¿Para qué?
Y ¿”cui prodest”?
Viejas reglas que aprendí,
aspirante a periodista.
Hoy, tantos años después que ya no aspiro a nada,
aún me siguen sirviendo.
Pero sigo sin saber una sola respuesta.
Sobre todo,
¿por qué?, ¿para qué escribo?
Más aún:
¿Por qué? ¿Para qué
se vive una vida
que no nos pertenece?
¿Y a quién le pertenece cuando uno
no cree en nada?
Pero hay más:
¿A quién y desde cuándo
es necesario darle explicaciones? 

¿Para qué?

©Santiago Pérez Merlo

No todas las lunas...

No todas las lunas
llenas me convierto en lobo.
No siempre que sale el sol
es primavera.
A veces hace frío
y sólo estoy desnudo
aullándole a una bola absurda
que me mira con desdén
desde muy alto.
A veces tengo sed
pero el sol no derrite la nieve:
el río sigue helado.
A veces no hay nada que cazar;
y tengo hambre.
Sólo queda esperar
a que acabe el invierno…
Pero es tan largo a veces y tan frío
el tiempo que transcurre 
entre dos primaveras.

©Santiago Pérez Merlo

El lector

Quizá jamás he sido buen lector de poesía.
Y por eso me llegan más adentro
los poemas directos, los sencillos,
los que dicen lo que quieren decir
y no buscan efectos, ni fuegos de artificio,
los que no esconden mensajes
en botellas opacas.
Los que cuentan la vida como lo que es:
un hombre, una mujer, un bosque,
el mar cuando es el mar sin aditivos.



Para misterios, para pliegues,
para recovecos, escondites...
Para la Poesía, amor, tengo tu cuerpo.

©Santiago Pérez Merlo