No es lo mismo ocultar que no mostrarse.
No se oculta la sombra entre la luz
que se filtra por las ramas del ficus
milenario.
Se oculta el árbol invisible que se planta
con manos invisibles y se poda
con tijeras que no existen.
No se muestra la real desnudez
del cuerpo ni del alma a casi nadie
y sin embargo
no hay ocultación cuando te tapas
el pecho ante el espejo para que yo no vea
lo que ya mi memoria ha aprendido
y no precisa por tanto ser mostrado.
Ni te ocultas cuando cierras los ojos
para que yo no mire
lo que ya sé que hay en su interior.
No me oculto cuando escribo
aunque no muestre
todo aquello que debiera ser dicho.
Si no fuera blasfemia, diría como “aquél”:
“soy el que soy”…
Pero yo, apenas, soy un hombre.
©Santiago Pérez Merlo
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