Perdón

¿Por qué no perdonamos 
a quienes más queremos
sus infinitas faltas?
¿Por qué precisamente 
exigimos a quienes nos importan 
lo que no nos exigimos ni a nosotros mismos?
¿No debería el perdón ser aplicado 
con más condescendencia?
¿O es que vemos en el extraño espejo
lo que echamos en falta 
(o lo que sobra)
de nuestra propia imagen? 
Y es entonces a “yo”
a quien no perdonamos.
Y yo -lo aclaro por si hiciera falta-,
soy el primer culpable.

©Santiago Pérez Merlo

Triste

No me sacudo esta tristeza.
Y debería. Otros
-como dijo el poeta-
esperan que resista, que les ayude
mi canción entre otras canciones.
No me abandona
este mal humor. No
me dejan la envidia ni la idiocia
ser feliz.
Y sin embargo llamo “amor” a todo eso.
Pero el amor
debería ser alegre y parecerse
a la felicidad.
Y yo no soy capaz - y además me repito-

de sacudirme toda esta tristeza.

©Santiago Pérez Merlo

Nadie

Nadie sabe leer.
O no sabe.
Nadie sabe escribir.
O no sabe.
Nadie sabe lo que sabe nadie.
Y nadie lo sabe.
Nadie no tiene nada.
Y nada tiene.
Nadie no es nadie.
Y nadie, es.


Mi nombre es Nadie. 

©Santiago Pérez Merlo

Lo peor

Lo peor
              de todo es
que sabíamos las cosas
que fingimos no saber.
Pero, a pesar de ello,
nos aferramos vanamente
a la esperanza de que todo cambie,
que dé un giro de ciento ochenta grados
y el suelo se convierta en cielo,
las nubes en arena…

Y arrastrarse sea volar.

©Santiago Pérez Merlo

De colores

Hay días que la vida se conjura
para pintar de gris como un Rey Midas
de “todo a un euro” lo que tocas.
Los gorriones graznan, los gatos
en la calle se pelean
por el último plato de leche
que les dejó la pobre viuda loca
a la que, hoy, volvieron a llevarse en ambulancia.
Y los ordenadores se estropean
y las cuentas no cuadran
y no acaba de irse ese molesto
dolor en el oído...
La vida hay días en que se conjura
para que se haga enormemente complicado
vivir sin más, como si tal cosa.
Pero a pesar de todo hay que vivirla
y dar gracias a dios por estar vivo.
Y ensayar la mejor de las sonrisas
-aunque llores por dentro
como el viejo payaso que vuelve
irremisiblemente a mis poemas-
para que esa niña de la trenza
y esa otra que viene por detrás
junto a una mujer que la lleva de la mano
sonrían, sean felices...

E iluminen con su risa tu día gris.

©Santiago Pérez Merlo

Dos manos

Sólo tengo dos manos y no alcanzan
a hacer todo el trabajo que quisieran:
no levantan las losas que te oprimen,
apenas te sostienen y no avientan 
el aire que te falta si te ahogas.

Con la derecha escribo algunos versos
y con la misma tacho y sobreescribo.
Y la izquierda la observa incrédula e hiriente:
sarcasmo de quien ve el trabajo inútil.

No sirven 
para tocar un piano, una guitarra...
que te hagan bailar con los ojos cerrados
cuando nadie te ve.
No saben -aunque intentan- modelarte, tallar
el delicado material del que están hechos 
los sueños de tu cuerpo.

Pero, ¿sabes?, 
me conformo si una de ellas vale
para aliviar tu peso y cargar tu maleta
o secar 
la lágrima que rueda en tu mejilla;
poner un sólo dedo 
encima de tus labios y que haga brotar
cual varita de mago una sonrisa.

Si me dejas... si te dejas, me conformo 
si sirve con tomar en una mía 
una sola de tus manos y ayudarte a cruzar
el umbral de tus miedos.

©Santiago Pérez Merlo

Creer

No solamente me equivoqué de dios
entre tantos como había para elegir.
Me equivoqué también
de profeta, de gurú, de hechicero,
de palabra sagrada.
Confundí cielo e infierno, limbo,
madre naturaleza y muerte natural.
Confundí paraísos y parnasos...
Incluso me equivoqué de bares y tabernas,
de cenáculos y contubernios.
De todo, en todo
me confundí o erré.
Hasta que descreí incluso de mí mismo:

ahí no hay posibilidad de equivocarme.

©Santiago Pérez Merlo

Enjaulado

Como uno de esos viejos leones 
de los zoos,
cansados y aburridos
pero aún conservando la sabana
en la retina  -o quizá sólo en los genes-
doy vueltas por la casa y recorro el pasillo
y abro y cierro armarios y acaricio 
los pocos enseres tuyos que hay aquí.
Y me vuelvo a sentar
o cojo un libro en el que apenas puedo
fijar la atención.
O abro la nevera pero no hay gacelas vivas para cenar.
El viejo león está aburrido y solo
en esta jaula de su propio pensamiento.

©Santiago Pérez Merlo

"Soy el que soy"

No es lo mismo ocultar que no mostrarse.
No se oculta la sombra entre la luz
que se filtra por las ramas del ficus milenario.
Se oculta el árbol invisible que se planta
con manos invisibles y se poda
con tijeras que no existen.
No se muestra la real desnudez
del cuerpo ni del alma a casi nadie
y sin embargo
no hay ocultación cuando te tapas
el pecho ante el espejo para que yo no vea
lo que ya mi memoria ha aprendido
y no precisa por tanto ser mostrado.
Ni te ocultas cuando cierras los ojos
para que yo no mire
lo que ya sé que hay en su interior.

No me oculto cuando escribo
aunque no muestre
todo aquello que debiera ser dicho.
Si no fuera blasfemia, diría como “aquél”:
“soy el que soy”…
Pero yo, apenas, soy un hombre.

©Santiago Pérez Merlo

Verdades

Era todo mentira. Incluso
la verdad era mentira.
La mentira es la única verdad.
Y yo intruso, advenedizo
y diletante descubrí
que no hay nunca jamás tampoco
una sola mentira
pues tantas caras tiene como la
verdad.
No, no es un retruécano, no es
un juego de palabras sin sentido
ni son dos caras de la misma moneda.
Es una realidad tan evidente
que da miedo.

©Santiago Pérez Merlo
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Miradas

Podéis seguir, indefinidamente, 
con los ojos vendados.
Al fin y al cabo, ¿para qué mirar
tanta miseria como nos rodea?
Es más, ¿a qué mirar 
tanta miseria como almacenamos 
en nuestro interior?
Seguid mirando así, sin quitaros la venda:
hacedle caso
a este pobre ciego.

©Santiago Pérez Merlo

El castillo

A veces se nos llenan 
el corazón de amor
y la boca de miedos.
Si no es al revés o si el cerebro,
señor feudal de todos los demonios,
reclama su derecho de pernada,
se hace dueño 
del castillo completo y mata de hambre 
a cuantos nos negamos 
a vivir bajo, únicamente, 
el yugo de su capricho.

©Santiago Pérez Merlo

“Manriqueña”

Esta ciudad que no es mi ciudad
y este mar que no es mi río...
O tal vez sí lo sean
porque esta soledad acompañada 
no es la soledad de otras latitudes.
Mejor: es y no es porque es la misma 
que siento cada tarde pero a un tiempo 
siento la compañía que me trae 
el rumor de las olas 
en que escucho tu voz,
mujer de mar que naciste en un río. 
Pero ¿qué río y qué mar 
serán los que han de ver
morir las soledades...?

©Santiago Pérez Merlo

¿Poética?

Decir sin decir nada: ocultar al silencio 
con bonitas palabras 
que no añaden pero adornan
sin llegar a hacer ruido,
sin dañar como hacen 
a menudo las palabras...
Pero sin provocar tampoco 
un ligero temblor
o una sacudida.
Sólo eso: maquillar lo callado,
el miedo al grito,
al desgarro del alma que suena como un trueno
en medio de la noche y sobresalta.
Si eso es lo que llamáis poesía,
yo prefiero callar. 
Y que el silencio sea mi poema.

©Santiago Pérez Merlo