¿Por qué no perdonamos
a quienes más queremos
sus infinitas faltas?
¿Por qué precisamente
exigimos a quienes nos importan
lo que no nos exigimos ni a nosotros mismos?
¿No debería el perdón ser aplicado
con más condescendencia?
¿O es que vemos en el extraño espejo
lo que echamos en falta
(o lo que sobra)
de nuestra propia imagen?
Y es entonces a “yo”
a quien no perdonamos.
Y yo -lo aclaro por si hiciera falta-,
soy el primer culpable.
©Santiago Pérez Merlo