y en la mínima luz
-una rendija, el quicio
de la puerta no encajada-
tu cuerpo se ilumina y me desvela.
Te oigo entonces respirar suave,
acompasado el pecho junto a mí,
la curva de tu pierna y tu cintura.
Y no me muevo, aguanto
mi propio respirar
para no perturbar no ya tu sueño, el mío:
el de verte desnuda
y a mi lado.
©Santiago Pérez Merlo
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