Aquí y alla

Te vas 
y no te das ni cuenta que te has ido.
Porque sigues aquí.
Pero tan lejos
que no hay modo de hacerte regresar.
Porque tú no te has ido.
Porque crees que estás aquí
y tal vez sea cierto.
Estás.
Aquí.
Tan lejos.

©Santiago Pérez Merlo

En vida

No se oye nada aquí.
Y está oscuro.
Quizá soy yo quien tiene
ojos y oídos cerrados 
a la luz y al rumor 
del silencio -nunca es absoluto-.
Apenas distingo 
olores o aromas conocidos 
y no siento saliva 
dando vida a mi boca.
Moverse 
no parece una opción.
Se diría que estoy muerto.
Pero eso es imposible.
Muerto no sentiría 
ninguna de esas cosas.
Muerto no sentiría tu ausencia. 

©Santiago Pérez Merlo

Caminos

No me da miedo el bosque
pero desconfío 
incluso de las balizas.
Prefiero seguir mis pasos,
trazar la línea recta 
y poder regresar... 
si es que deseo hacerlo.

No me da miedo la montaña
pero desconfío 
de la altura que se mide desde abajo.
No calculo las pendientes
y a veces pareciera 
que se aleja la cima cuando ya creías
estarla alcanzando.

No me da miedo el mar
pero desconfío 
de corrientes y mareas
y prefiero nadar bordeando la costa
para no perder de vista
a quien, sueño, 
me aguarda en la orilla.

Quizás no sea miedo sino amor.
Quizás no debería ser poeta.

©Santiago Pérez Merlo

Manchas

Ensuciar el lienzo 
sin mancharse las manos.
Modelar sin llenarse de barro.
Esculpir sin que las limaduras 
arañen el rostro.
Escribir 
sin llenar de sangre el folio.
Mojar la pluma 
en los pliegues del cerebro,
tan grises entre neuronas.
O embarrarse, llenarse 
de inmundicias incluso.
Y sangrar.
Comprobar que estamos vivos.
Y dejar que los muertos 
convivan (extraña paradoja)
con los muertos.

©Santiago Pérez Merlo

Sin respuesta

¿Cómo se puede soñar
sin que la realidad
destroce el sueño?
¿Cómo se puede volar
sin que la gravedad
impida despegarse?
¿Cómo se puede vivir
sin que la vida
se asemeje a la muerte?
¿Cómo se puede
amar hasta el dolor
y que no duela?
¿Por qué te vas, amor?
¿Y a dónde?

©Santiago Pérez Merlo

Versos como puñales

Cómo duele
sentir esta impotencia 

de no poder volver 
el tiempo del revés y eliminar 
de un solo plumazo
todo tu sufrimiento.


(De cuando en cuando cierro
el libro y me refugio
en mis propios recuerdos...
¿Sabes? Es igual... déjalo...
Es demasiado triste).


Cómo duele
el dolor y qué placer
absurdo

compartirlo contigo.

©Santiago Pérez Merlo

Necesidad

Anhelo tu cuerpo, el tacto
de tu piel
erizándose y llamando
a mis manos y a mi boca.
Anhelo
tu mirada perdida
y tu gesto fruncido
en el que mezclas
el placer y una especie
de dolor que no duele
(si es que eso existiera).
Necesito saberte.
Necesito tocarte y provocar
esos ríos de vida
que me inundan y matan a la muerte.
Necesito beberte y respirarte.
Y que me bebas y que me respires.
Necesito tu cuerpo sobre el mío
completando el vacío que me llena
cuando extiendo la mano
y no encuentro tu piel:
Te necesito.

©Santiago Pérez Merlo

Acémila

Ser yo ese hombre que camina
cabizbajo y pasea
una mirada huidiza contra el suelo.
Ser el hombre que espera
que el mundo se detenga o cambie
su giro y vuelva atrás:
a los días en que era feliz y paseaba
una mirada alegre en otras calles.
O ser esa mujer que acaricia las flores
y sueña que tienen un aroma,
aunque sean flores falsas.
O ese niño que corre
persiguiendo palomas, divertido,
ajeno a cuanto ocurre
en la mente de su padre que pasea
una mirada huidiza y lo observa de reojo
y ensaya una sonrisa amarga.
Ser humano algún día
y no el pobre borrico que rumia zanahorias.

©Santiago Pérez Merlo
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Mi isla

Sin fuerza, derrotado, 
exangüe como el náufrago que ve alejarse la orilla 
y bracea con fuerza insuficiente
mientras el mar le arrastra.
Cada día, un nuevo desafío;
cada noche, un desaliento
tras el éxito fugaz de una palabra oída
y otra pronunciada.

Y vuelta a navegar contracorriente,
contra ríos y mares que no alcanzas
a entender,
ahogándote en tu propia incomprensión,
tragando litros de sol y agua salada.
Te aferras a un tablón
y resulta ser hierro en tus manos
porque eres tú quien lastra
tu propia oscuridad.
Y a fin de cuentas ¿dónde?, 
¿en qué lugar de este océano salvaje,
inhumano y cansado, sucio
que es el mundo
está mi isla?

©Santiago Pérez Merlo

Todo es miedo

Todas las religiones se alimentan del miedo.
El odio al diferente es miedo.
La guerra entre los hombres
la enardece el miedo.
La culpa que sentimos
es miedo.
Las vendas que ponemos
a las propias heridas
y a las de nuestros hijos
son nada más que miedo.
Miedo, miedo atávico al dolor,
a sufrir y a que sufran. Miedo
a volar demasiado alto
y que sea más dura la caída.
Miedo al amor. Y al desamor.
Y miedo a la rutina y miedo a la sorpresa.
Miedo a necesitar
la presencia de otro como aire
porque eso nos vuelve
débiles, vulnerables...
Y el débil tiene miedo.
Es el miedo el demiurgo
que gobierna la vida de los hombres.
El amor es un digno rival, no cabe duda...

Pero no es suficiente.

©Santiago Pérez Merlo
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El duende

Hay un duende cabrón y verde oscuro
que maneja los tiempos de los hombres.
Con su sombrero verde, sus orejas de punta 
y su cara de viejo siendo niño.
Su sonrisa burlona cuando corta
los hilos de tu tiempo y de mi tiempo.
Cuando espía mi gesto de pesar 
y decide que ha llegado el momento 
de que se te acumulen las tareas 
y las obligaciones.
Cuando observa tu rostro compungido
y decide que aún hay que esperar 
para el próximo vuelo.
Tendría que matar a ese hijoputa,
apretar con mis manos su diminuto cuello...
Pero de vez en cuando, el duende se adormila 
y el tiempo se comprime, vuelve a brillar el sol,
el bosque resplandece y las hadas del lago 
empiezan a volar y a regalar sus sueños:
triunfan sobre los duendes.

©Santiago Pérez Merlo

La cara sonríe...

La cara sonríe, una mano
acaricia a un perro y otra
abraza a una niña.
La cabeza se afana
en las obligaciones
(el trabajo, la casa, los papeles,
los cuadernos nuevos,
la plancha, la cena de esta noche...).
El corazón brinca
satisfecho y lleno
de lo que nunca tuvo
hasta el día de hoy.


Pero al fondo, por debajo
de todo e inundando
los gestos y las citas
marcadas en la agenda,
una tristeza campa
a sus anchas y sólo
el corazón radiante
permanece a salvo.

©Santiago Pérez Merlo

Con palabras

No encontré en el silencio lo que no pude hallar
en las palabras. 
Busqué en los huecos blancos de los textos
y en las pausas opacas del discurso.
Traté, estúpida alquimia, de extraer
partículas oscuras de detrás de la luz.
Callé mi propia voz, no dije 
                                                nada.
Omití el sol y el mar, omití tus cabellos
y tu rostro. Evité hablar de mí,
del alma que no tengo -o no tenía-.
Silencié sentimientos y pasiones 
por ver si así encontraba 
cuanto dicen los sabios que hay
en lo que no se nombra.
Y no hallé nada. El silencio 
me trajo más silencio y no hubo magia.
Necesito nombrarte y que me nombres.
Escucharte decir y decirte y decirme.
Además de tu silencio que amo,
necesito decirlo y oírlo gritar:
con palabras.

©Santiago Pérez Merlo

Otra vida

Buscamos la vida donde no está la vida.
Inventamos remedos, subterfugios,
pasatiempos, tareas, vías de escape.
Pintamos fechas en los calendarios,
corazones de tiza 
en la arena de la playa; construimos
falacia tras falacia una existencia 
que no nos reconforta.
La vida es una isla en mitad del infinito.
Habría que encontrarla y conquistarla, 
preservarla de los enemigos.
Evitar que los puentes inestables
alcancen sus orillas.

©Santiago Pérez Merlo

Guerra sin fin

Tienes miedo y asumes
-aunque a regañadientes-
que el poder del amor 
no es suficiente: gana 
algunas batallas, pero la guerra
es larga, sostenida, cruenta.
El amor es el arma sonora,
la que se ve venir lanzando sus ataques
o atrincherando en él las almas atacadas 
si toca defenderse y llegamos a tiempo.
Porque el miedo es sibilino,
sus balas no hacen ruido y son inteligentes,
persiguen su objetivo, explotan 
cuando ya están muy dentro...

Y sin embargo  el daño  no es irreparable.
La guerra es infinita pero admite 
un tratado de paz: solo hay que conocer
(tratar de comprender)
a las dos partes.

©Santiago Pérez Merlo

Escena de playa

Hay un espigón a unos pocos metros de la orilla 
y las olas que golpean en él, aún furiosas,
no tienen tiempo de rearmarse de nuevo
y vienen a morir sobre la arena 
con la resignada muerte del anciano elefante
que busca el cementerio.
Sobre esa misma arena juegan un par de niñas:
levantan torreones, hunden fosos
y sueñan mil historias de princesas 
y reinos imposibles 
que también morirán en esa orilla,
detenido su impulso 
por el rocoso malecón  
de la vida inmisericorde.
En el cielo una gaviota 
contempla el vuelo absurdo y dirigido
de una bandera roja.

©Santiago Pérez Merlo

Algún día

      "Y luego han de venir tiempos mejores.
       Pero también vendrán peores, luego".
                                      (Vicente Gallego)

Algún día es la fecha convertida en promesa.
Y, al tiempo, la condena de la indefinición.
Algún día podría ser mañana
pero podría también no llegar nunca
porque no tiene prisa ni conoce 
de números ni meses ni, claro, está marcado 
en ningún calendario.
Algún día es como algún lugar.
Y nadie queda nunca en encontrarse
en un espacio que no haya definido 
previamente:
un bar, un bulevar, un cine...
Algún día me recuerda a veces a la muerte
y espero que ese día no sea un día de estos.
Pero a veces quisiera que nuestros "algún día" 
fueran mañana mismo. 
Y pensar en la vida.

©Santiago Pérez Merlo

Dentro

No entres en mi piel para dolerte
de dolores que no tengo y no llores por mí 
lágrimas que no brotan de mis ojos.
Entra en mi piel mejor para quedarte
con tu risa diáfana que es mía 
sólo si tú te ríes.
Entra en mi piel y deja que yo entre 
en la tuya para amarnos 
más allá de lo humano y lo posible,
más allá del deseo y de la realidad:
como si un único cuerpo pudiera contener 
dos corazones pero un solo latido.

©Santiago Pérez Merlo

De la inexperiencia

Algún día seré poeta
de la inexperiencia y cantaré
a las cosas no vividas:
a la guerra o al hambre,
pongamos por caso.
Y pasearé mis versos 
por desiertos o cumbres nevadas
que no haya conocido.
Haré poemas de cosas 
que no importan a nadie
y que ni a mí me importan 
porque nunca llegaron a nacer  
o porque ya están muertas
y yo no lo he vivido.
Algún día haré un poema 
a lo imposible: por ejemplo,
a la experiencia de no amarte.

©Santiago Pérez Merlo

Caminando

La más larga de las vías 
acaba en vía muerta y viene siempre 
de alguna otra estación.
Incluso, a veces, por ella pasa un tren.
El océano que vemos infinito,
lo es desde la orilla y sin embargo
también en otra parte hay otra orilla.
El camino nunca empieza de la nada:
siempre queda otro trecho 
de sendero detrás
y nuestros son los pasos
que avanzan o regresan...
O se paran en medio del sendero
y lo convierten 
en una encrucijada.
Es el hombre quien recorre y surca y anda.
O se detiene. Lo demás, 
son líneas en un plano vacío uniendo 
los dos puntos de ayer 
y de mañana.

©Santiago Pérez Merlo

Casa

Al fin y al cabo qué es 
este espacio que habitamos, que llamamos
"vivienda": unos cimientos, 
ladrillos, unas cuantas paredes que separan
dos o tres dormitorios, la cocina,
un salón-comedor, un par de baños...
acaso un balcón o una terraza.
Y lo llamamos "casa"
-o "tu casa", "mi casa", "nuestra casa"-.
Y nos afanamos por pagar la hipoteca,
el alquiler, y mantenerla limpia
y ordenada.
Es triste, por supuesto, no tener
ni siquiera ese techo bajo el que cobijarse.
Y es fácil escribir 
tonterías así cuando sí que se tiene.
Pero -tú y yo lo sabemos-
un "hogar" es otra cosa.

©Santiago Pérez Merlo

Mañana

Hay noches oscuras
-"como boca de lobo", en dicho popular-
y noches luminosas que anticipan
amaneceres llenos de promesas.
Y hay amaneceres que parecen
languidecer casi como un ocaso
y amaneceres dulces con olor de cruasanes
y café recién hecho y zumo de naranja.

Hay días extraños, seguramente más,
muchos más que días corrientes.
Y hay días felices
que curan las semanas y los años tristes.

Y, además de todo eso, está "mañana".

©Santiago Pérez Merlo