Tengo la blasfemia sin temor de dios
en la punta de la lengua.
Tengo el grito en el tronco
de la garganta hueco
de palabras vacías y de canciones muertas.
A veces tengo también el insulto,
pero escupo al espejo para no añadir
ruido al ruido espantoso de la calle.
Tengo la silenciosa terquedad
de quien no calla y habla
tan sólo con él mismo
puesto que nada añade
mi palabra
que haga mejor el mundo.
¿Para qué hablar entonces cuando el mundo
sabe sobrevivir sin que se lo pronuncie?
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