Yo también fui así:
necesité las flores, los abrazos
incluso si escondían puñales en la espalda.
Precisé del aplauso y de las reverencias,
de pronunciar mi nombre
y de escucharlo para reconocerme
en un rostro que tal vez no era el mío.
Necesité el discurso,
alzar la voz
o subirme a los bancos de los parques
y mirar desde arriba al coro de palomas.
Un día vi a un prohombre rodar
escaleras abajo en la boca del Metro.
Tal vez murió ese día.
Ni lo sé ni me importa -y esto es triste-.
Yo recogí mis trastos y me fui.
Y me encerré en mi casa y bajé las persianas.
No sé si soy feliz o si no existo.
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