No hay bancos de madera,
ni pañuelo en la estación.
No hay soldados
ni muchachas llorosas en los andenes.
No se puede fumar y no se tarda
lo que dura un amor
en regresar a casa.
Ahora todo es veloz y confortable.
Hay trenes que atraviesan el mar
y otros que aseguran
que vuelan como aves.
Pero ninguno de ellos
llega a donde se encuentra mi destino.
©Santiago Pérez Merlo
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