con la puerta cerrada
y que después
se van atrincherando,
huyendo de sí mismas y del sol,
como si no quisieran
dejar pasar la luz,
temerosas tal vez de consumirse.
Hasta que en el ocaso,
la luz vira a violeta,
el sol se pone
con un último destello vivo.
Y las puertas se abren
para que entre la vida.
©Santiago Pérez Merlo
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