-ni tus miradas; mucho menos la caricia
de tus manos- a quienes van a hacer con ellas
burdos trucos de ilusionista torpe
y se les ve la trampa y sacan
las palomas ya muertas de la chistera.
No es por ellos, amor, pobres predicadores
de mentiras que ni ellos mismos creen,
irrisorios bufones que no saben
cuál es el lado blanco de su rostro.
No importa si ellos no aprecian
el don que les regalas o si lo desperdician
como pobres adictos al halago...
Lo que me duele, amor, lo que me duele,
es que llegue antes de hora
la sequía de la risa al tiempo que nos queda.
©Santiago Pérez Merlo
©Santiago Pérez Merlo
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