Hasta pronto

Fuiste mi mejor amiga
y mi amante
las más de las veces.
Y mi psicoanalista, mi refugio,
mi cueva de Platón,
mi polvo de hadas.
Mi soledad, mi hastío,
mi ternura y mis espejos
deformantes.
Fuiste todos los tópicos
y todos los vuelos,
los colores que inventé
cuando soñaba
en blanco y negro,
Las estrellas, las cometas,
mi niña de la mano
y mi madre adoptiva.
Y yo sólo pedía, exigía,
apenas pude darte
más que alguna ocurrencia,
delirios, palabras gastadas...
Tiempo es de que vueles,
de que salgas
a buscar quien te cuide
sin malgastar tu esencia,
sin ahogarte.
Si algún día decidieras volver, 

yo te estaré esperando.

©Santiago Pérez Merlo

Epistolario

A veces lo hago, escribo
largas cartas de amor
y las echo al buzón
sin poner destinatario ni remite.
En ocasiones, dirijo mis cartas
a personas reales,
a amigos de la infancia,
a héroes de novela,
a antepasados muertos
a quienes ni siquiera conocí,
novias que nunca tuve...
Pero la mayoría de las veces,
escribo mi propio nombre
en el sobre, meto
un par de hojas en blanco,
las franqueo. 

A esas cartas, las llamo poemas.

©Santiago Pérez Merlo

Fármacos

Más de un día, más
de veinticuatro horas
con todos sus minutos y segundos
-y me ahorro las cuentas por prosaicas-
sin despegar los labios,
sin escuchar tampoco
alguna voz -la tuya-;
oyendo solamente el tedioso
runrún de mi cerebro
que lo mismo me grita
"¡eres imbecil!"
que me susurra versos y canciones
y me acuna y me ahorra
la dosis cotidiana
-es el mismo cabrón quien me la exige-
de paracetamol.
La dosis necesaria
para que no me estalle

de dolor la cabeza.
De silencio.

©Santiago Pérez Merlo

A tientas

También cuando nos ciega
la luz, cuando brilla
con demasiada intensidad,
nos quedamos a oscuras.
Y es más fácil perdernos
en las sombras
mientras todo deslumbra 

alrededor.

©Santiago Pérez Merlo

El desván

¿Dónde han ido los sueños 
que soñamos 
y que no recordamos al día siguiente? 
¿Hay un rincón perdido en el cerebro
en el que se acumulan
accidentes,  caídas, amores imposibles,
poemas que dormidos 
creímos recitar, 
los cuadros que pintamos, las manos 
que nos acariciaron?
Las veces que dijimos 
"no quiero despertarme" y sin embargo 
nada ocurrió después, ¿cómo reconocer
el sueño que no existe
-cómo podría existir lo que no se recuerda-?
Ha de haber un desván para ellos; 
seguramente sucio, ennegrecido,
con todo revuelto y atestado 
de aromas y paisajes imposibles.
Y hay seguro, también, una ventana.

©Santiago Pérez Merlo

Mi poema

Pon tu mano derecha
en mis párpados cerrados
y la izquierda
sobre mi corazón.
Y cierra tú también los ojos.
Sólo así podrás leer

mi poema.

©Santiago Pérez Merlo

Chimenea

He apagado la luz y no entra
nada de claridad por la ventana:
la luna
debe haberse escondido
detrás de alguna loma.
Queda tan sólo un ascua
en la chimenea.
Es roja, brilla
como un corazón
que latiera a lo lejos.

Ilumina mi noche.

©Santiago Pérez Merlo

Escucho

En el silencio de la noche oigo
el ruido del silencio, el llanto
del silencio, el grito
del silencio
y la voz apagada del silencio
que me llama y me pide
que no olvide su nombre,
que lo llame,
que recuerde
su estruendo aunque ahora lo deteste.
No podría: mañana,
cuando todos me hablen,
sabré reconocer
entre voces y gritos
la llamada implorante 

del silencio.

©Santiago Pérez Merlo

Sierpe

Desprenderse de la vieja piel
como un reptil,
dejar colgando la camisa
en un árbol cualquiera del camino
y comprobar que no sirve tampoco
la recién estrenada.
Repensarse de nuevo y estrenar otra vez.
Seguir así, mudando,
hasta que apenas queda
un cuerpo diminuto, casi nada:
un suspiro, una respiración, un aliento
que se sigue arrastrando,

tal vez inútilmente.

©Santiago Pérez Merlo

Cronos

Va a castigarme el tiempo, lo presiento.
Lo veo acercarse,
la sonrisa torcida en una mueca
agarrado de un brazo de su hermana:
"No creíste en demonios ni sabías
que tenías un alma que vender.
No a Satanás, es cierto
que él no existe.
Pero quisiste que yo me plegara
-"es por amor", decías-
a tus ganas de vivir, que pasaran volando
los minutos, las horas...
-"para estar con mi amada"-.
Traté de hacerte caso, de acelerar mi marcha
para que se cumpliera tu deseo.
Pero ahora es la hora, has consumido
casi toda la arena del reloj.

Ahora es mía tu alma."

©Santiago Pérez Merlo

Dolor Amor

El reverso de la luz
no siempre es la oscuridad:
hay sombras claras como la de una cala
en la ventana de tu habitación.
El dolor no es siempre
-como tampoco el odio o el rencor-
antónimo de amor.
El dolor insoportable
de no saber si estás
o si estarás mañana cuando todos
-incluso yo- me falten
y la vida
no tenga valor para llamarse vida,
no es el lado oscuro del amor:
a veces caminan cogidos de la mano
y sin uno no puedes afirmar

que has conocido al otro.

©Santiago Pérez Merlo

Mientras escribes

Vuelan tus manos sobre alas
de pájaros que no
vuelan, pero viven igual
que vive la materia no siempre
inerte de los sueños
que soñamos cuando ninguno
de los dos, al despertar,
recuerda qué ha soñado.


©Santiago Pérez Merlo

Sarcasmo

No regales, amor, tus sonrisas
-ni tus miradas; mucho menos la caricia
de tus manos- a quienes van a hacer con ellas
burdos trucos de ilusionista torpe
y se les ve la trampa y sacan
las palomas ya muertas de la chistera.
No es por ellos, amor, pobres predicadores
de mentiras que ni ellos mismos creen,
irrisorios bufones que no saben
cuál es el lado blanco de su rostro.
No importa si ellos no aprecian
el don que les regalas o si lo desperdician
como pobres adictos al halago...
Lo que me duele, amor, lo que me duele,
es que llegue antes de hora 

la sequía de la risa al tiempo que nos queda.

©Santiago Pérez Merlo

Brillo

No se ve.
No se aprecia a simple vista.
Ni siquiera se descubre siempre
cuando uno prescinde de mirar.
No se puede medir.
No pesa.
No tiene dimensión
pero ocupa un espacio
diminuto e inmenso a la vez
como un exoplaneta
o una muestra de ADN.
No deberías buscarlo ni creer
a quienes aseguran
que alguna vez lo han visto
reflejarse en unos ojos,
mucho menos adentro de un espejo.
Simplemente se sabe cuando está:
a mí me dejó ciego. Y ahora 

puedo ver.

©Santiago Pérez Merlo

La coartada

Ese cuadro que todo el mundo admira
y en el que tú
apenas si distingues
unos cuantos colores alineados.
La sinfonía sublime que nunca ha vuelto a ser
ejecutada por el más virtuoso de los violinistas.
El poema exquisito que hace
que se salten las lágrimas o pone
la carne de gallina y que tú
lees con la indiferencia de un prospecto...

Pero el mundo no puede estar equivocado.
Tú, que tanta y tan plena (tan dañina)
indulgencia te otorgas
-aunque no pare de crecer la duda-
no puedes ser inmune a la emoción.
Quizá es una coartada, 

el antifaz sin ojos en los ojos del ciego.

©Santiago Pérez Merlo

Amor

Que me perdone Rilke. Y Cernuda. Y Salinas. Perdóname, Cavafis. Que me disculpe incluso el Arcipreste que se atrevió a escribir sólo del "bueno".  
Que me perdonen todos: poetas y cantantes, trovadores...
El Amor, si es Amor, no cabe en un poema,háganme caso.
Yo sé perfectamente lo que siento... Y dicen por ahí algunos atrevidos que también soy poeta.

©Santiago Pérez Merlo

El buzo

Hay días en que no cabe
más hierro en los zapatos.
Los llenaste de plomo para andar con cautela
por abismos marinos cuyos fondos
resultaron corales, frágiles conchas
que crujen al pisar,
despiadadas morenas que huyen espantadas
ante la imprudente contundencia de tus pasos.
Tú plomaste las botas para no dañar
y además te aprietan, te arrastran y el sudor
ha empañado la escafandra.
Si querías conocer el mar,
deberías haber elegido
ser pez o alga... o mejor 
sólo plancton en quien nadie repara.

©Santiago Pérez Merlo

Aura

No existía en realidad tu aura:
ese "halo" que alguien inventó
para que se colara
en mis sueños de antes de soñarte.
No existía esa luz exterior,
estaba toda oculta
y yo la vi salir aquella noche:
era como una luna
-por encima de estatuas y palacios,
por encima del cielo y de la propia luna-.
Pero brillaba dentro y hacia fuera
la luz se hacía aire:
viento alto, sereno y apacible
que yo quise abrazar...

Y que voláramos lento.

©Santiago Pérez Merlo

Tienen toda...

Tienen toda la eternidad.
No tienen prisa ni para ellos
se mide el tiempo
como lo hace para los mortales.
Por eso van y vienen sin cesar.
Se ríen de nosotros,
los muy hijos de puta:

los fantasmas.

©Santiago Pérez Merlo

Edades

Me miro en el espejo: ese
de ahí no soy yo.
Yo no tengo cuarenta y cuatro años.
Yo soy mucho más joven.
No son mías las canas, las ojeras,
las arrugas encima de los ojos.
O tal vez sí, tal vez toda esa carga
de la vida que crece
mientras sigo mirando sea yo.
De pronto soy un viejo, tengo
noventa años y la muerte se asoma
por encima del hombro y me susurra
que ya me va quedando poco tiempo.
Sí, este también soy yo.
Y ese niño de pronto que apenas si se ve
en el espejo,
es demasiado alto este lavabo.
Ese niño de ojos asombrados
que tiene miedo de la oscuridad,
¿quién apagó la luz?
¿Qué hago en este baño,
desconsolado y solo, a oscuras,

a mis cuarenta y cuatro años?

©Santiago Pérez Merlo

Bellas Artes

Mi cuerpo, pobre cuerpo que va
gastándose en silencio,
no se mueve al compás de ningún ritmo
que no sea el impenitente
gotear de la clepsidra.

No están hechas mis manos
para edificar: apenas si proyecto
palacios infantiles en las crestas de las olas
y quisiera tender puentes
que salvaran océanos.

No están hechas tampoco
para modelar el barro
ni el mármol ni la piedra: de mis manos
no nacen sino alientos
cuando buscan a ciegas.

No sostengo pinceles ni mancillo
lienzos, techos, paredes.
Los colores no brotan de mis manos grises
por mucho que lo intente.

Mis manos desafinan al posarse
en cualquier instrumento y mi voz
desafía a los infiernos
como si una bandada de buitres
hubiera descubierto
el cementerio de los elefantes.

Cuando tomo una pluma,
mi letra se asemeja a la de un niño
zurdo que hubiera sido
obligado a escribir con la derecha
y lo que escribo… bueno,
ya sabéis lo que escribo.

Mis manos no nacieron para las bellas artes.
Sin embargo, parecieran volar
cuando se posan
en tu cuerpo desnudo y lo convierten
en la más bella creación del Universo.

©Santiago Pérez Merlo

Desahucio

Ya no albergo esperanzas:
impusieron los mercados
las leyes de desahucio
y hoy les toca a ellas
abandonar la casa
que con mimo les había construido.
No sé si llegó a ser un hogar,
pero era confortable y suficiente.
Hoy dormirán al raso, entre cartones
y unos pocos enseres rescatados
de quién sabe qué desvanes
en los que coge polvo la memoria.
Quizá sea el momento de que empiecen de nuevo,

en otra casa mejor amueblada.

©Santiago Pérez Merlo

Tu mirar

Necesitaba un verbo esa mirada.
Porque no miran tus ojos,
no ven, no hablan
como dicen
ni besan, como decía el poeta.
No llueven, no lloran,
no besan
ni derraman ni derrochan.
No declaman, ni declaran,
no recitan poemas.
No paralizan,
como los de Medusa,
pero a veces convierten
en oro lo que tocan.
Tus ojos,
simplemente,

aman.

©Santiago Pérez Merlo

Carnaval

Existe sólo lo que no se ve.
Existe lo que se calla
y no se exhibe; no se oculta:
se guarda.
Se muestran el disfraz y la mentira,
el fingimiento o la exageración,
la repugnante
sublimación de lo no sublime.
Se reparten los halagos y las puñaladas
-por algo nos dotaron de dos manos-
y se guarda la sincera opinión.
Se simulan los amores
y los desamores mientras el amor
permanece guardado.
Bienvenida sería 

la bendita cuaresma de las almas.

©Santiago Pérez Merlo