desde el sol hasta las nubes y volver
por el camino en sombra,
debajo de las olas del mar y de la mano
de sirenas y tritones.
Encaramarse luego a las terrazas
sobre deltas y estuarios
en un hotel de una gran ciudad
-por ejemplo, la nuestra-.
Y dejarse mecer, al final de la jornada,
por el tenue latido
de un pecho apaciguado.
Ahí, donde termina, comenzaba
el viaje.
©Santiago Pérez Merlo
Muy bonito, Santiago. Una bella forma de hacer turismo. Aplausos.
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