A veces, sólo a veces, quisiera
ser poeta.
Ser poeta y volar como ellos por encima
del propio firmamento y alcanzar
las estrellas, tutear a la luna
-que no es tal sino luz o fulgor,
satélite imposible que orbita la conciencia-.
Ser poeta y nadar como ellos por debajo
del sueño de los hombres y soñar
realidades que existan
tan sólo entre las manos, el papel,
la pluma, la mirada perdida.
Ser poeta y querer como ellos al nivel
de los buenos amantes
que acarician tan sólo con palabras,
que aman y desean a mujeres sin nombre,
incorpóreas, espíritu tan sólo:
mujeres como lunas, como sueños.
Pero la mayoría de las veces,
me conformo con pasear
por caminos trazados de antemano,
contemplar desde abajo a la luna,
acariciar acaso una hoja de yedra,
una alhucema, un poco de tomillo;
soñar despierto, sí, sabiendo que es un sueño.
Y amar y desear a mujeres con nombre
y apellidos,
con un cuerpo tangible, acariciar
con estos dedos torpes
un brazo, un rostro, un cuello,
juguetear con un rizo.
La inmensa mayoría de las veces
prefiero ser un hombre.
©Santiago Pérez Merlo