Errores

¿Quién pone puertas blindadas
a las puertas del cielo
y quién cierra las ventanas
de los confesionarios?
¿Quién vela las fotografías reveladas?
¿Quién escarba en los pozos insondables
y quién vuela sin despegar del suelo?
¿Quién corrige los aciertos falsos?
¿Quién mata al asesino y resucita
a los muertos en vida?
¿Quién olvida a la intencionada desmemoria? 

¿Quién perdona al perdón imperdonable?

©Santiago Pérez Merlo

Entre paréntesis

Un vencejo en el alambre
entre las gaviotas.
Un rayo de sol
entre nubes que descargan marengos.
Una nota discordante en el piano
afinado del inalmo virtuoso.
Un vaso de agua fresca
entre venenos.
Una caricia
entre los arañazos.
Un dedo
entre los dientes cariñosos.
Una fotografía en la pinacoteca.
Un tebeo en la adusta librería de viejo.
Una bicicleta
en medio del atasco.

Mi muslo agradecido 
entre tus piernas.

©Santiago Pérez Merlo



Ícaro

Probablemente nadie llorará mi ausencia
el día que por fin sujete firmemente
tus alas a mí espalda y me dirija
cual Ícaro revivido...
pero no al sol, a la luna,
a la luna que mirabas colgarse en la cornisa
de un palacio real para vernos de cerca.
Probablemente nadie
sabrá tampoco entonces que volé tan arriba
que esa misma luna congeló mi plumaje
y caí no en las aguas de Icaria

sino en el mar tranquilo del olvido.

©Santiago Pérez Merlo


La caída de Ícaro, Jacob Peter Gowy.

Cuerdas

En la mano que arde sostengo
la humedecida soga
-dura, gruesa, esparto que hiere-

de los miedos, las angustias, el silencio
que no rompe el rumor de olas lejanas
y que a pesar de todo
me mantiene con vida en este suelo
de arenas movedizas, lodazales y charcos
en los que sobrevivo
cada día.


En la otra, finamente cortada,
(una delgada línea que parte
en dos la mano)
sujeto a duras penas el hilo escurridizo
-de nylon, transparente, apenas
perceptible-
que me amarra a la cometa de los sueños,
los anhelos, la esperanza que vuela
cada vez más arriba y que se pierde
entre nubes.

No hay cuerda tan suave
que no hiera las manos 
que la aferran.

©Santiago Pérez Merlo



Ahora

No perdimos los años que estuvimos
vagando por el mundo sin sabernos.
Todo fin, cualquier fin, necesita
una preparación. Qué importa
cuántas veces nos equivocamos
o si no fuimos capaces
de arrancarnos las vendas de los ojos,
los bozales que amordazaban risas
y sofocaban llantos porque era preferible
no mostrar, no decir y respirar apenas
las sobras de esos aires insanos.
Hoy estamos aquí. Y es ahora
el tiempo de fluir: Nuestras vidas
son los ríos...
pero en el mar aún 

hay mucha vida.

©Santiago Pérez Merlo

Nostalgias

Me asomo a mi ventana de Madrid y veo
el paseo marítimo, la gente
sentada en veladores de terrazas
bajo un sol de primavera que calienta
lo justo para no abrasar las sombras
de niños que las siguen en un juego infinito
como este día de invierno que no acaba
de templarme el corazón,
tan frío ya de amores que le aguardan

una tarde en la esquina del verano.

©Santiago Pérez Merlo

Tiempo de mudanza

Las mariposas salen, extendidas las alas,
cargadas de maletas, de libros,
de poemas, de sábanas de seda,
de cuadros que pintaron
mientras fueron crisálida quiescente.
Atrás dejan ahora, en este tiempo nuevo
de volar,
los zapatos, las botas como plomo
que arrastraron
mientras fueron gusano, oruga, larva.
Un cielo nuevo espera
llenarse de aleteos y dejar
lejos, 

         muy lejos,
                          allá abajo 
                                          a lo lejos,
el rutinario y desgastado suelo.

©Santiago Pérez Merlo

Café solo

El mismo café, el mismo vaso
de agua, el mismo suelo
de hierba artificial,
la misma mesa
y el mismo camarero
malhumorado.
Todo exactamente igual
que la última vez: entonces
tampoco estabas y también
-como hoy mismo-

te sentabas a mi lado.

©Santiago Pérez Merlo

Lejos

Tan lejos de todo 
incluso de mí
estás dormida,
incluso de mí 
tan cerca de todo.

©Santiago Pérez Merlo

Besos en el despertar

Mantener aún los ojos cerrados, 
procurar no moverse, 
no hacer ruido y aguzar
el oído para saber si duermes.Sentir 
todo el calor que se guardó la noche
entre los cuerpos,
la dulce pesadez que aún flota 
a pesar del frío que hace afuera.
Estirar el brazo, muy despacio,
y apena rozar tu hombro;
fijar el objetivo
y dejar después un beso, 
justo el beso, en el lugar exacto,
que te hace temblar
y despertarte: ya estás aquí, 
conmigo.

©Santiago Pérez Merlo

LLaves

Se duplican, entre chirridos
y chispas que saltan, las llaves
de las casas, los garajes,
los buzones y las cajas fuertes.
Pero nadie hizo nunca un duplicado exacto

de la llave que abre tu corazón.

©Santiago Pérez Merlo


Creador

No fue dios quien hizo la montaña,
el valle, el río, el árbol,
los mares y la piedra estaban allí
antes de dios y de todos los hombres.
No es el alfarero quien modela la figura
-mujer, jarrón, ave de barro-
con sus manos: estaba allí
antes de que él tocara la tierra.
No es el pintor quien mancha el lienzo
con trazos de pincel: bajo la luz blanca
ya estaban desde siempre
los colores.
Y por supuesto, no es el poeta
-no soy yo, en absoluto-

quien escribe la poesía.

©Santiago Pérez Merlo
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Mucho

Debajo de las piedras;
por encima y por entre las nubes;
en los bosques, en mesetas,
en las dunas y en las olas
de cuantos mares atisbaba;
en las corrientes de los ríos;
en los charcos de la ciudad;
en las luces de neón;
en las páginas de los libros;
en los cuadros de los museos;
en los pedestales
de las estatuas de los parques;
en los cines, los teatros, los cafés;
en los bolsillos de un abrigo viejo;
en la vieja camisa arrugada
al fondo del armario;
en las teclas de la computadora;
en los tinteros…


En todos los lugares
pensados e impensables que tenía
al alcance de la mano
la buscó con denuedo:
no aparecía.

Y de pronto una voz:
dos palabras, una pausa,
un adverbio que modifica
-engrandeciendo- al verbo: ahí,
ahí estaba la poesía.

©Santiago Pérez Merlo

Calle Velázquez

Podrías haber seguido
indefinidamente
en ese balcón: asomada
a la calle Velázquez mirando
cómo yo me alejaba
sin volver la cabeza.

Por suerte, en ocasiones,
el tiempo no se detiene.
Y aquí estamos.

©Santiago Pérez Merlo


Madrid desde Torres Blancas, Antonio López

A veces

A veces, sólo a veces, quisiera
ser poeta.

Ser poeta y volar como ellos por encima
del propio firmamento y alcanzar
las estrellas, tutear a la luna
-que no es tal sino luz o fulgor,
satélite imposible que orbita la conciencia-.
Ser poeta y nadar como ellos por debajo
del sueño de los hombres y soñar
realidades que existan
tan sólo entre las manos, el papel,
la pluma, la mirada perdida.
Ser poeta y querer como ellos al nivel
de los buenos amantes
que acarician tan sólo con palabras,
que aman y desean a mujeres sin nombre,
incorpóreas, espíritu tan sólo:
mujeres como lunas, como sueños.

Pero la mayoría de las veces,
me conformo con pasear
por caminos trazados de antemano,
contemplar desde abajo a la luna,
acariciar acaso una hoja de yedra,
una alhucema, un poco de tomillo;
soñar despierto, sí, sabiendo que es un sueño.
Y amar y desear a mujeres con nombre
y apellidos,
con un cuerpo tangible, acariciar
con estos dedos torpes
un brazo, un rostro, un cuello,
juguetear con un rizo.

La inmensa mayoría de las veces
prefiero ser un hombre.

©Santiago Pérez Merlo

Planes

Ya sé que no te gustan
las planificaciones a corto,
a medio ni a largo plazo
y créeme que siento
tener todo previsto.
Te aviso solamente
para que no te asustes
si ves que avanza el tiempo
y mis planes se cumplen:
voy a pasar contigo

el resto de mi vida.

©Santiago Pérez Merlo