La fiesta

Como uno de esos niños de Charles Dickens
miras desde el cristal a la gente que, dentro,
junto a la chimenea,
con gorros de papel y serpentinas
parecen disfrutar
la fiesta de una vida que a ti se te ha negado.
Con la frente pegada y apartando
de cuando en cuando el vaho
que se acumula
no querrías mirar pero no puedes
apartarte de allí y no comprendes
por qué ellos están dentro
mientras tú estás afuera y el frío
se apodera de ti.

©Santiago Pérez Merlo


Desiderátum

El poeta, lo dijo Gil de Biedma,
quería ser poema.
El pintor quiso ser
sólo lienzo,
siempre en blanco
y el músico soñaba
que era melodía.
El farero quería ser luz
y el navegante
se imaginaba ola.
La rosa, en realidad, quería ser
únicamente aroma.
El azor allá arriba
pensaba que era viento
y una lágrima
tuya
era toda la lluvia.
Y yo, que nunca aspiré a más
que a ser yo mismo,
ahora quiero ser
                          tú.

©Santiago Pérez Merlo

El bolígrafo

Notas la boca seca, la lengua
áspera como una lija
y la frotas contra el cartón:
nada sucede.
Intentas alentarte
la punta de la vena
por la que en otro tiempo
salían a borbotones azules
las palabras:
tampoco ocurre nada.
Pero de pronto un día,
una noche, más bien...
(sí, estoy seguro de que estaba
todo oscuro ahí afuera),
algo como una estrella
fugaz o quizá sólo
la luz de algún avión
parece hacerte un guiño
y un instante después
todo fluye de nuevo:
vuelves a salivar, tu aliento
ya no parece helado
y la sangre 

se desliza de nuevo en el papel.

©Santiago Pérez Merlo

La duda

Estaría encantado, lo prometo.
Sería fascinante
tener un nombre propio
y asomarme al espejo y descubrir
“Hola Santi, aquí estás, es un placer
haberte conocido y que estés vivo”.


Pero cómo saber cuál es mi nombre
cuando tú no me nombras,
cómo saber quién es
el señor del espejo
si es tu espalda lo que veo reflejarse.
Cuando guardas silencio,
me silencias y mi voz
ya no sabe que existe
porque tú no la escuchas.

Cómo sabe la luz que es luz
si no ha visto la sombra.

©Santiago Pérez Merlo

La fiebre

Te acurrucas junto a mí de madrugada
-tienes los pies helados y tiritas-
y me hago el dormido para que tú no notes
que yo ya estoy alerta,
pendiente de mi cría como una leona
-los machos son muy suyos y prefiero
dejar en la mesilla la melena en las noches así-.
Te levantas con fiebre, mucha fiebre,
como estaba temiendo
y sólo balbuceas
"me duele todo,
quédate aquí, a mi lado".
Claro que sí, Aitana,

no me pienso mover de los pies de la cama.

©Santiago Pérez Merlo

Camas vacías

Hay un cielo morado de alhucemas
que es en realidad
un techo de nubes
sobre una pared azul (cobalto)
que es en realidad
un océano infinito.
Y hay un suelo de aves migratorias
volando en formación
que buscan el calor de la cama deshecha
-sábanas amarillas-
para anidar allí durante mil inviernos.
Hay un hombre, una mujer insomnes
cada uno soñando 

con otro dormitorio.

©Santiago Pérez Merlo

Fotograma de la película "Cuando pasan las cigüeñas"

Caminante

Empezaste a caminar
en el momento exacto en que te abandonaban
las últimas fuerzas,
como un chispazo antes
del colapso total
y el anquilosamiento.
Pero desde ese instante cada paso
te acerca un poco más
a la meta que aún no se vislumbra,
que permanece oculta entre la niebla
de este otoño gris, frío de pronto
que oxigena el rostro,
que dilata las fosas nasales
y vuelve soportable
el sofoco interior del caminante.
Porque tu paso es firme, decidido
aún entre la bruma
y te sientes ligera, impulsada
por ese corazón que no quiso pararse
y ahora late
con la dulce cadencia
del sonido del viento racheado
entre las hojas.
Sigue adelante, no
detengas tus pasos
al borde del camino: un poco más allá
hay algo –o alguien, ella, yo…-

que te sigue esperando.

©Santiago Pérez Merlo
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Kiyo Murakami

No es lo mismo

“…Y  el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.”
            (Calderón de la Barca)

Tener ganas de llorar
                                   no es
llorar.

La sonrisa de mueca
que devuelve el espejo
                                     no es
reír.

Decirse a uno mismo que
–o cómo, cuánto, cuándo-
se ama
             no es
amar.

Por vívido que sea,
por más que uno se empeñe
en recrear la escena,
soñar
            no es
vivir.

©Santiago Pérez Merlo

Cenicienta

Como en un cuento de hadas,
te vistes por la noche con tu mejor vestido,
los zapatos de cristal y una corona 
y bailas melodías 
que se hubieran compuesto para ti,
para que tú danzaras 
en brazos del amor, 
agarrada
al brillo de una estrella 
y el vuelo de tu falda 
volara hasta tus sueños.
Es de noche –vieja cómplice de los poetas-
cuando brillan los astros y se dicen
las palabras de amor que el día silencia.
De día, deshollinas chimeneas y remiendas
harapos y sacudes 
el polvo acumulado de las mañanas grises.
Y yo te observo hacer,
sentado como un tonto sobre una calabaza,
esperando 
                 no sé qué campanadas
para que no se rompa 
                                   nunca más 
                                                    el hechizo 
y puedan convivir tus noches y mis días.

©Santiago Pérez Merlo

Diálogo (cinco)

-Te había escrito un poema;
un poema precioso, me parece,
aunque suene soberbio.
-¿Qué me decías?
-Qué se yo: hablaba de tu voz,
de nuestras charlas
al caer la noche,
de los besos que a veces me das
y a veces me escatimas,
de cómo los anhelo…
Hablaba de "te quieros" soñados
y de dudas.
Y de ti, hablaba sobre todo
de ti.
-Pobre aprendiz; aún
no has comprendido
que las palabras que intentas regalarme

se dicen en silencio.

©Santiago Pérez Merlo

Un cuento para mi hija

Se acabaron ayer o hace una semana
las zanahorias pero el burrito sigue
haciendo su trabajo.
Va tirando del carro con su trote feliz
mientras su dueño,
cansado, cabizbajo y pensativo,
piensa qué pensará el pobre animal
para estar tan contento.
El buen hombre no sabe
que el burrito no es burro y que conoce
los problemas del amo.
Pero sabe también,
porque no es burro –dijimos-,
que el carro viene lleno
de uvas, de manzanas,
de alhelíes y rosas y alhucemas
que serán su alimento
y su cama mañana.
El borriquillo sueña, sin aflojar el paso,
que se llama Platero y que su dueño
le acaricia los lomos
y le escribe poemas y dice
que el burrito es suave,
que se diría todo de algodón
y que es tierno y mimoso igual que un niño,
que una niña
.
El borriquillo sabe
que su amo le quiere y que daría
la mitad del jornal para que el asno
se durmiera contento y satisfecho

como tú esta noche.

©Santiago Pérez Merlo

Bésame

No tu boca entreabierta ni tu lengua,
no,
ni los labios ardientes que desean el beso
sólo como preludio.
No tu boca sedienta de saliva dulce
en la que naufragar,
ni la boca que busca mi oreja,
mi cuello, mis manos, mi sexo
con la avidez del animal que somos.
No,
no tu boca entregada de ayer
ni la boca anhelosa de mañana.
Quiero la otra boca, la cerrada
en la mueca,
la que tiembla con temblor de llanto suave
o se curva en la sonrisa del cariño infinito.
Quiero el beso que me das
cuando no nos besamos.

©Santiago Pérez Merlo

Reflejos

No te gusta tu imagen reflejada en el lago
y dejas caer la piedra y las ondas se la llevan
hasta la otra orilla
pero sigues siendo tú
el que se expande y viaja
cada vez más difuso
pero tú en el centro, con el rostro deformado
por la piedra arrojada
justo en el ojo izquierdo,
el que duele al mirarte.
Némesis te ha castigado a contemplarte así,
difuminado,
hasta que no te quede
ni una piedra más para lanzar.

No te gusta esa imagen de ti que devuelve
el espejo y te arrojas contra él,
pero no eres Alicia y lo haces añicos
y la imagen de ti se multiplica
hasta volverte loco.
Detrás de ti, en cada trozo, acecha
la sonrisa felina de alguien
que tal vez no es un gato.

©Santiago Pérez Merlo


"El espejo de las hadas", Brocelandia

Lugares comunes

Qué gastado el poema
del dolor insufrible,
de la maldita ausencia,
de la pena inconsolable,
de los limos y el fango.
Qué gastado el poema
que se anegó en el llanto,
de dudas que atenazan,
de angustias que no dejan
respirar
y de cenizas.
Qué gastado el poema
de cruces de caminos,
de umbrales tenebrosos
y de espejos
en los que no nos vemos,
de nubes y de hojas,
de frío insoportable
en las noches de invierno
-siempre invierno-.


Qué gastado el poema.
Y qué cierto.

©Santiago Pérez Merlo

Liberación

Un verbo, una palabra, un grito
que no debió ser dado
provocan el estruendo del silencio.
Sólo podrá nacer después
la voz más pura,
la que estaba callada,
sepultada por esos mismos miedos.

Comienza la catarsis.

©Santiago Pérez Merlo

El topo

Excava el topo
ciego pero constante,
guiado sólo
por el instinto de salvarse,
de aguantar el invierno
escondido,
supuestamente a salvo de la nieve,
del viento, de la falta
de sustento, deseoso

de vivir una nueva primavera.
Hasta que un día
-era noviembre- llega 

la enorme pala naranja.

©Santiago Pérez Merlo

Lunático

Un poema a la luna...
¿piensas escribir en serio
otro puto poema a la luna
estando como está la tierra llena
de cráteres, de sombras,
de luces encendidas,
de mentes apagadas
y de caras ocultas?
Mejor, vete a dormir y sueña
que vives en Saturno
y puedes dedicarte muchas noches
a escribir tonterías.


©Santiago Pérez Merlo

Espera

Te sientas en el borde del reloj y esperas.
Y ves pasar las horas desesperadamente
lentas
mientras tu ojo izquierdo,
ese otro cronómetro del tiempo que no espera, late
cada vez más deprisa,
con la furia desbocada de la sangre que no aguarda
el tic                  tac.
Se paran el reloj y el corazón a un tiempo.
La vida se sostiene
en una manecilla que no avanza
y en un nervio del ojo que no cesa.
Desesperadamente.

©Santiago Pérez Merlo
-->

Sol en una habitación vacía

El sol se estrelló hoy en la pared
opuesta a la ventana en el momento
en el que yo cerraba la puerta tras de mí.
No lo vi, por lo tanto, iluminar
el cenicero lleno, la montaña
de libros que se alza al lado del sillón,
la taza de café abandonada y sucia,
la huella de tu cuerpo en la chaise longue,
los juguetes mordidos del perro,
la mochila escolar…
No he visto al sol mostrarme
las sombras de la vida.


No vi al sol señalarme el camino
hacia las viejas teclas de la Hispano Olivetti
que me llaman a veces como al viejo poeta
que me grita por dentro y que me pide
que le deje salir y que me olvide
de lo nuevo que voy escribiendo,
que le deje descansar eternamente,
vacío ya de todas sus palabras y alejado
del purgatorio mudo en el que habita.
No he visto al sol mostrarme
las luces de la muerte.



©Santiago Pérez Merlo

(*) "Sol en una habitación vacía" es el título del cuadro de Hopper que se muestra, que se lo he tomado prestado, aunque su habitación esté vacía y la mía sólo “deshabitada”.



Frente al espejo

A fin de cuentas, ¿quién cree la mosca que es
para darle lecciones a la araña?
¿O quién es el gusano para enseñar a volar
a una mariposa? ¿De veras el león
es el rey de la selva
cuando pasa junto a él el elefante?
¿Cómo puede el enano de jardín
enseñar a la secuoya a echar raíces
o indicarle a sus hojas el camino del cielo?
¿Realmente el chamán cree que es alguien
para hablar de los dioses?
¿Puede Ícaro volar hasta alcanzar el sol?
¿Qué le va a demostrar
al fuego la ceniza?


Y tú, estúpido engreído,
¿quien coño crees que eres
para enseñarle a nadie
cómo vivir su vida?

©Santiago Pérez Merlo

El poema

Algún día, quizá
dentro de muchos años,
cuando yo haya muerto
o hayan muerto todos
los versos que escribí,
borrados para siempre de todos los recuerdos,
si es que alguna vez
alguien los recordó…
Algún día -decía-,
encontrarás oculto
en un antiguo libro en el que apenas
habías reparado aquel poema
que nunca te escribí,
ese que sólo hablaba
de nosotros y nadie comprendía
más que tú (tal vez, sólo
tal vez, también yo lo entendí).
Es el poema 

que una noche recité mientras dormías  
y uno de cuyos versos
te tatué en la espalda
con la tinta invisible que imprimen las caricias.
Es el poema, en fin,
que jamás escuchaste
ni pudiste leer pero que vaga
-fantasma de otro tiempo
feliz-
en algunos recodos de tu desconocida
memoria de las vidas que aún estás por vivir…
Está escrito con zumo de limón

en el libro secreto de la vida.

©Santiago Pérez Merlo

Oz revisitado

Dorothy se ha salido del camino
de baldosas amarillas y se ha quitado
los incómodos chapines de rubíes,
prefiere andar descalza y por supuesto
no tiene el menor deseo de volver a casa.

El hombre de hojalata ha intentado explicar
a su amigo de paja lo que es el amor,
lo que siente por él…
pero el espantapájaros no entiende
que dos seres distintos se pudieran amar.

El león ha reunido el valor suficiente
para asumir que a veces
no importa tener miedo
si uno sabe seguir adelante
y ha ocupado su trono
-es el rey, al fin y al cabo-
en la Ciudad Esmeralda.

Todos han decidido que su vida real,
aunque sea la que ellos han soñado,
es mejor que los cuentos

que otros les inventaron.

©Santiago Pérez Merlo
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Frío

Por supuesto, yo también
podría ser más frío, podría no decir
cada cinco minutos que te quiero
y no buscar tu espalda
ni tu cuello a medianoche
y no hundir la nariz en tu pelo rizado.
Podría cuando menos intentar
pensar en otra cosa
y no echarte de menos cuando llevo
apenas unas horas sin escuchar tu voz.
Podría no imaginar
ni historias de fantasmas
cuando el día se viste de gris
ni cuentos de arco iris y de hadas
cuando me alumbra
la mínima esperanza
de volver a encontrarnos
en aquel aeropuerto
o en aquella casita de juguete
y de libros
que nunca visitamos más que en sueños.
Podría anestesiar las punzadas que siento
cuando hablas con sorna
-te gusta provocarme-
de tus viejos amantes.
Podría, por supuesto que podría:
cuando aprendí a nadar
contracorriente

me enseñaron también a hacerme el muerto.

©Santiago Pérez Merlo

Vuelos

Ves desde la ventana
bandadas de aves
(qué importa de cuáles)
y envidias su vuelo decidido
quizás justo al destino que tú añoras.
Pero tú no tienes alas.
Y sin embargo, las aves no poseen
capacidad de añorar, de echar de menos.

Y ahí las tienes.

©Santiago Pérez Merlo


Esencia

Huele a nosotros
                          todo.
Sube desde la cama
hasta los techos altos
y vuelve a descender
y nos rodea
y me impregna
tú aroma
y mi olor
te reclama
y subimos
hasta el techo de nuevo
y caemos rendidos pero
este olor, este olor, este olor
de nosotros
que ha enviciado -bendito vicio-
el aire
hará que no podamos
respirar
si un día no podemos

respirarnos.

©Santiago Pérez Merlo

Latido

Tal vez no sé gritar
sin levantar la voz y grito
como haría cualquiera:
hinchando los pulmones y arañando
con aliento la garganta.
Tal vez es imposible
callarme
              por más tiempo
                                      tu nombre
y ya no sé tampoco
cubrirte de tinieblas.
Tal vez,
no se pueda escuchar
a un corazón
                    que late
sólo a veces,
                    que se para
cuando le falta el aire porque tú no respiras
y no llega la sangre a las arterias
y yo me paralizo,
aguardo tu regreso
en ese despertar casi estertóreo
cuando abarcas todo el aire necesario.
Y vuelve, aunque no hayas notado su ausencia,
mi latido.


©Santiago Pérez Merlo

Cementerio

Salgo de mi ataúd y me paseo
por las tumbas previstas
de los poetas vivos.
Filas interminables
de muros con sus nichos
dispuestos esperando
los cuerpos aún calientes.
Al fondo permanecen señoriales,
inmensos y olvidados los viejos mausoleos.
En su vejez de muertos inmortales y eternos
contemplan con desgana
el terreno que ganan los muros encalados,
obscenamente blancos, obscenamente iguales
como una cuadrícula
perfecta y aburrida.


Es hora de volver
a mí agujero y, tal vez, no volver a salir:
ese que veis allí, en la ultima esquina
del penúltimo muro
con los nichos abiertos e iguales
que parecen bostezar
aburridos 
incluso de sí mismos.


©Santiago Pérez Merlo

Vacío

No es siempre una oquedad,
ni un agujero. Simplemente
                                           no es.
Cómo llenar con él un pensamiento
sin caer en el oxímoron
de que ocupe un espacio
lo que no tiene materia.
Cómo estar lleno de él.
Cómo sentir
que algo que no existe

justifica la existencia.

©Santiago Pérez Merlo

Un bolero

Rebosa el cenicero del coche
y en algunas colillas apagadas
se aprecia todavía un resto de carmín.
Lo vacío diría que con pena
o quizá simplemente nostalgia
y pienso
"Cenizas y carmín"
se podría titular un poema.

O tal vez un bolero.

©Santiago Pérez Merlo