La estatua
viviente (más o menos)
del jardín en
otoño se refugia
debajo de los
sauces cuando llueve
para que no se
pierda con el agua
su sonrisa
pintada de rojo
sobre la cara
blanca.
La estatua
viviente (más o menos)
no quería ser
mimo. Ella querría
haber sido
payaso, clown, bufón
de alguna corte
de los niños sin reino.
Ella quiso hacer
reír, dar saltitos
y cantar a voz en
cuello canciones infantiles.
La estatua
viviente (más o menos)
quería gritar y
contarle a la gente
historias felices
por unas monedas.
Pero no conocía
historias felices
y nadie pagaba
por sus cuentos tristes.
Así que calló. Y
se quedo quieta.
La estatua
viviente (más o menos)
recoge su
sombrero cargado de lluvia
y algunas monedas
y se marcha lenta,
casi no camina,
callada y despacio,
y llega a su
casa, se tumba en la cama,
se duerme muy tarde,
muy quieta y muy callada.
Cada vez más
gente se asusta de los mimos.
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