Pesan
como conciencias, a veces,
los
papeles firmados:
los contratos, las cláusulas, las hipotecas,
incluso los acuerdos de divorcio,
los prematrimoniales, los libros de familia
o la palabra dada
en una servilleta de papel.
Pesan la tinta y la palabra escrita;
el poema del libro por encima
del verso que se dice o que se inventa
y no llega a plasmarse.
Pesa el mensaje enviado
más que el trazo que un dedo
dibuja en una espalda
y más que la palabra susurrada
en un oído que olvida.
Y aún así, también lo escrito pasa,
los papeles se borran,
se pierden los archivos en los ordenadores,
se diluye la imagen de las fotografías.
Queda, mientras estamos vivos,
la memoria.
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