todo lo que tenía que decir.
Empleé casi todas
las palabras que sabía y otras muchas
que fui acumulando en el camino,
sacándolas del canto
de algunas de las aves que escuché:
un mirlo,
algún vencejo,
algún abejaruco,
incluso de algún cuervo imité su graznido
desafinado y libre.
Traté de trasponer
el rumor de los vientos,
de las piedras de los ríos que crucé
sorteando las corrientes.
Se agotaron también los sonidos del mar
y después los latidos de la tierra.
Está ya todo dicho y no me queda
nada por escribir.
Creo que es el momento
de empezar a dedicarse a la poesía.
©Santiago Pérez Merlo
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