quien la deja caer.
Correr, por pura diversión,
montaña abajo, jugando a perseguirla
o a llegar el primero.
Y volver a subir, muy despacio,
midiendo cada paso
y contando a su oído rocoso
lo mucho que disfrutas de su pétrea compañía.
Acariciarla a veces y apoyarte
a su sombra cada tanto
y volver a emprender el ascenso
con la sonrisa ancha,
el ánimo feliz de quien se sabe
dueño absoluto de su carga.
Y ver cómo, allá arriba,
se enfurecen
y rabian
los dioses del Olimpo.
©Santiago Pérez Merlo
©Santiago Pérez Merlo
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