Inadvertencias

La mirada que no se había previsto.
El gesto sorprendido y apenas atisbado,
el ademán, la pose que ojalá
pasara inadvertida.
La frase que se dice sin querer,
la que no es importante pero queda
flotando, junto a ti,
y se te mete dentro y se hace enorme,
se magnifica, crece hasta hacerte sangre
en los oídos.
Las palabras de disculpa, las excusas
enunciadas a medias,
las justificaciones no pedidas.
Los silencios no forzados
que habitualmente
no significan nada.
Lo que no tiene sentido almacenar,
someter al estudio y mucho menos
extraer conclusiones.
Las cosas que yo guardo.

©Santiago Pérez Merlo

Sísifo rebelado

Ser tú, por propio gusto,
quien la deja caer.
Correr, por pura diversión,
montaña abajo, jugando a perseguirla
o a llegar el primero.
Y volver a subir, muy despacio,
midiendo cada paso
y contando a su oído rocoso
lo mucho que disfrutas de su pétrea compañía.
Acariciarla a veces y apoyarte
a su sombra cada tanto
y volver a emprender el ascenso
con la sonrisa ancha,
el ánimo feliz de quien se sabe
dueño absoluto de su carga.

Y ver cómo, allá arriba,
se enfurecen
y rabian 

los dioses del Olimpo.
©Santiago Pérez Merlo

Odios sordos

La patente de corso,
el (supuesto, presupuesto) poder
de abrir la boca y conseguir
que la gente se hinque de rodillas,
que asistan boquiabiertas al fiasco,
la pirotecnia,
como si fuera la palabra sagrada.
La envidia mal disimulada
de los envidiosos
y de los que aseguran no serlo.
La adulación, la entrega sin mesura
a los falsos profetas
(¿o eran falsos poetas?).

Y el rencor de quienes dicen
que ellos no, que ellos nunca
y afilan los puñales, las plumas, la palabra
venganza y la venganza.
El odio, en fin, disfrazado
de amor y de bondad,
el más dañino, el más irracional,
el más incontrolable:
ese que vive en vuestros corazones
esperando la mínima migaja
para hacerse más fuerte;
el que despierta, a veces, en el mío,
el que nos hace odiar a los odiosos.

©Santiago Pérez Merlo

Sinsentidos

Inútil como llamar a gritos a un perfume,
como invocar con los ojos
una caricia
y pronunciar tu nombre
con las manos.
Absurdo como escuchar
el sabor de tu saliva
en el borde de los labios.
Descabellado como buscar en la memoria
lo que nunca salió del pensamiento.

©Santiago Pérez Merlo

Soledad, aproximaciones teóricas

Echar de menos a alguien o no tener
a quien echar de menos.
Que no haya nadie que te espere en casa
o que te espere cada día
quien no quieres que te esté esperando.
Tener diez mil amigos
sólo en las redes sociales.
Acumular más libros de los que nunca podrás leer
porque hacen compañía sus lomos de colores.
No saber lo que son
unos auriculares
porque nunca molestan a nadie
tus canciones
o escuchar un reproche cada vez
que desprendes alegría.
Que no se oiga nunca
“familiares de Fulano”
en el altavoz del hospital.
Cocinar para ti solamente
y tirar la comida sin probarla.
Dar de comer
a las palomas del parque
y a los ciempiés de tu espalda
cuando nadie te mira
y todas las palomas están muertas.
Tumbarte en el sofá y comprobar
que incluso el sol decide
que es hora de marcharse.
Y escribir. 

Escribir un poema como este.

©Santiago Pérez Merlo

¿Vivir?

Qué extraña sensación sería
librarse de todo, desnudarse,
despojarse de miedos, de prejuicios,
de la esperanza incluso. Y los anhelos.
Pasear por el mundo como si nada fuera con nosotros.
Fingir que nada importa,
que toda acción humana te es ajena
y todo te resbala como una fina lluvia que no cala 
porque eres impermeable a su humedad.
Sin necesitar nada, vivir 
como una sombra 
adosada a las sombras.
No angustiarse por nada,
ni preocuparse nunca. 
Qué extraña sensación:
parecida a estar muerto.

©Santiago Pérez Merlo

Una poética más

No cuento sílabas ni paladeo acentos.
Sólo me oigo en silencio -no tanto algunas veces:
blanquinegros vencejos y urracas me acompañan-
y escribo en voz muy alta, aunque nadie me escuche.
A veces martillean, las palabras, o resuenan de otros
las vidas que quizá haya ido viviendo.
No soy un ingeniero del verso ni un obrero
y no siempre distingo las voces de los ecos.
Y no siempre persigo -ni huyo, ya lo veis-
la rima ni acumulo figuras literarias.


Escribo. Y eso basta. 
Tampoco que me leyerais era obligatorio.

©Santiago Pérez Merlo

Más cine, por favor

Es mentira, como tantas otras cosas
en el cine, que amar sea no tener
que decir nunca lo siento.
Como era mentira
que yo no viajaría en aquel avión
o que mañana
no volveremos tú y yo
a pasar hambre
esté dios como testigo
o el diablo.
Y es mentira el material
del que están hechos los sueños
y es mentira que he aprendido
a silbar como te gusta.
Pero, ¿sabes?,
déjame que me siente
a tu lado
en una sala oscura 

y disfrutemos del engaño.

©Santiago P. Merlo


La caza

Como un animal atrapado en un cepo
te humillas, receloso,
o brincas y amenazas con morder
a las manos que intentan liberarte.
Quizá ya estás cansado de ver mundo,
quizá tu pobre pata
magullada
prefiera ese dolor
a clavarse -otra vez-
las piedras del camino.
Quizás tan sólo quieras
morir, vivir así,
dulcemente 

apresado.

©Santiago Pérez Merlo

Explicaciones

Tal vez no es de recibo.
Y es pueril desde luego
pedir explicaciones
en estas circunstancias.
Sé además que no tengo
el mínimo derecho.
Pero, discúlpame, necesito saberlo.
Necesito un porqué
que me ate otra vez a la tierra
y me permita
seguir viviendo como si fuera un hombre.
Ayer, sin ir más lejos,
nuestros labios se rozaron y ese roce
leve
podía significar...
O hace unos cuantos días,
cuando pasábamos las tardes
en uno de esos bares anodinos.
Incluso, hace más tiempo
-no tanto, si lo piensas-,
compartimos algunas confidencias
y unas cuantas risas.
Pero ¿esto?
¿Puedes decirme en serio qué ha pasado?

¿Cómo ha podido ser

que nos queramos tanto?

©Santiago Pérez Merlo

Sesión continua

No me importa empezar las historias por en medio.
Podemos comenzar, si te parece,
por aburrirnos juntos
las tardes de domingo en el sofá,
hojeando viejos libros de poemas
que no nos interesen
o viendo alguna peli de los años cuarenta
y quedarnos dormidos.
O podemos, si quieres,
acercarnos a un supermercado
y comprar chocolate y otras cosas dañinas
y arrepentirnos luego y salir de paseo
como hacen las parejas en los pueblos.
Incluso, cuando pasen los años,
podemos separarnos o jurarnos
un amor infinito en largos besos
sobre inventados títulos de crédito
y volver a empezar por el principio:
chico conoce chica y esas cosas,
se alejan por un tiempo,
se vuelven a encontrar…


Yo crecí en las sesiones continuas
de los cines de barrio.

©Santiago Pérez Merlo

Escena final de "El apartamento".

Salto

Deshacer el poema incluso antes
de escribirlo y después 
deshacerlo de nuevo.
Eliminar no sólo el artificio,
también la pura luz y, por qué no, 
la sombra.
Desastillar los bordes 
para ir hacia dentro 
carcomiéndolo 
                           todo.
Desasirse de la nada 
y saltar
               al vacío.
Y volar 
o matarse en el intento.
En uno
-sólo en uno: elige bien-,
de esos dos desenlaces
hallarás la poesía.


 ©Santiago Pérez Merlo
Fotograma de la cabecera de la serie "Mad men"



Seducción

No la pose ensayada para la incitación:
el vestido justamente escotado,
el perfecto maquillaje y cada pelo
en su sitio preciso;
la mirada estudiada y los gestos medidos
para que todo salga según lo planeado.
Tampoco
el encuentro inesperado,
ni los ramos enormes de flores
o los grandes viajes y las camas
en hoteles de lujo.

Me estremece ese gesto cotidiano
de alzar la camiseta por encima de los hombros
y llevarte después una mano a la espalda
y quitarte el sujetador frente al espejo
en el que yo te miro hacer
mientras me lavo los dientes o me afeito.
Y que aún cada día me sorprenda
es el máximo logro
de esa tontería que otros llaman seducción.

©Santiago Pérez Merlo

Fuera del agua

Me hice pez y aprendí a respirar
en la moqueta azul,
en las pesadas cortinas
(azules),
en el vaivén de ola y resaca de tu cuerpo.
Permanecí en el mar
-si es que eso era el mar-
no sé ya cuantos días
-¿uno, cuatro, cinco, mil...?-.


Cuesta volver a utilizar los pulmones
y aspirar este aire y vivir
a la intemperie.

©Santiago Pérez Merlo

Sin decir

No existe lo que no se nombra,
lo que no se pronuncia
ni se dice
no tiene esencia, ni contorno,
ni la más leve forma:
                                 nada.
No existe el poema
hasta que no se escribe;
aunque exista mucho antes
                                          la poesía.
No existe la memoria
hasta que no verbalizamos
-siquiera mentalmente-
los recuerdos.
No hay por tanto “mañana”,
ni tiempo,
ni destiempo,
ni futuro inmediato
o subjuntivo,
ni “te voy a echar de menos”
o “te voy a añorar”…
si guardamos silencio.

©Santiago Pérez Merlo

Imagen

No es el eco de mi voz 
                                     repetida 
lo que aguardo.
No es la imagen que de mí
me devuelve el espejo.
No es a mí a quien busco:
yo no quiero escucharme
ni verme
             repetido.
Es lo que no se ve de mí
y no se escucha;
lo que soy y no soy mío
sólo en ti.

©Santiago Pérez Merlo

Lope revisitado

Desnudarte, atreverme, ser dichoso,
afectivo, sexual, tierno, contigo,
animado, jovial, presente, vivo,
leal, sincero, valiente y animoso;

no hallar fuera de ti centro y reposo,
mostrarse alegre siempre, pleno, activo,
atrevido, valiente, inofensivo,
satisfecho, completo, afectuoso;

buscar tu rostro claro al despertar
beber tu aliento por licor suave,
olvidar el dolor, vivir, amar;

creer que un cielo en otro cielo cabe,
dar la vida y el alma a un despertar;

esto SÍ es amor, quien lo probó lo sabe.

©Santiago P. Merlo