El enanito
horrible ya ha perdido
la estúpida sonrisa
que alguien le pintó.
La adelfa que le
daba sombra se ha secado
y ambos componen
una tétrica imagen,
decadente jardín
de la alegría
de otro tiempo.
La fuente dejó de
tener agua el mismo día
que un chirrido
cerraba la cancela
y una sombra
dejaba tras de sí
recuerdos
olvidados en oxidadas latas
y cajas de cartón
enmohecido.
En el salón, un
cuco asoma apenas
el pico tras la
puerta del reloj,
detenido como el
tiempo en el preciso instante
de anunciar nadie
recuerda ya qué hora.
Pero la puerta
está entreabierta y las ventanas,
que apenas si
conservan en los marcos
diminutas aristas
de cristal,
dejan pasar el
aire que refresca las estancias
y ventila los
rincones y hace volar el polvo
e impedir que se
acumule.
La casa no está
en ruinas: tan sólo necesita
una mano de
pintura.
Bansky |
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