No te debo mi voz
ni tú la tuya
me la debes a mí.
Es tuya
solamente,
no te engañes,
no dejes que te
engañen
las palabras.
La vida nunca fue
lo que tú tocas
ni el suelo que
pisamos
fue real. Y tú
puedes
dudar, abrazar
sombras. La vida
siempre queda más
allá.
Más allá de los
ojos
que te guían,
de los ojos que
te miran
y en los que, a
veces,
te miras.
No te engañes,
no dejes que te
engañen
las palabras: si
me llamaras,
si algún día
llamaras es
posible
que no estuviera
yo
esperando tu voz…
Ni tú la mía.
No tenemos
derecho,
ninguno de los
dos,
a decir: “No te
vayas”.
Muy bonito, Santiago. Creo que a Pedro Salinas le hubiera gustado leer esta «contrarréplica» a sus poemas de «la voz a tí debida»...
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