Escribir los poemas con pinceles
como un cuadro de Hopper o Dalí,
trazar exactamente las palabras
que hablen de ese bar o de esa habitación
de hotel, de la lectora que de pronto
cae rendida y se duerme
y sueña con abejas que vuelan
alrededor de una granada antes de despertar,
cuando a su alrededor se derriten los relojes
y una muchacha mira por la ventana
veleros alejarse en Cabo Cod.
Dibujar los poemas como cuadros que se superponen
en un museo imposible
para que una imagen no se pueda
comparar nunca a mil palabras.
Muy bueno, Santiago. Me gusta, corto, original, creativo...
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