Probablemente
creas que te basta
descolgar -qué
antigualla de verbo- el teléfono
y teclear mi número
o enviar un mensaje
para que yo acuda
raudo a tu llamada.
Pero olvidas que
soy un hombre ocupado:
Tengo, sin ir más
lejos, que acabar de releer
el Quijote esta
semana y que sacar al perro
cuatro veces al
día.
Tengo también que
echar de comer
a las palomas del
parque, pobrecitas,
y llevar agua a
los gatos vagabundos del asilo;
tengo que vigilar
que no se caiga
el nido de las
urracas -¿lo recuerdas?-…
Asimismo, veo en
mi agenda que tengo
que pasar la ITV
del coche, pedir un presupuesto
para pintar la
casa de colores chillones
-ya sabes, cosas
de la niña- y comprar
una barra de pan
cada mañana.
Tengo también
acumulados seis o siete
correos
electrónicos urgentes y una reunión
pendiente de
vecinos para arreglar
la rampa del
garaje.
En mis escasos
ratos libres, simulo que trabajo
en aquella oenegé de la que hablamos
y atiendo como
puedo a los desamparados.
Por último, tengo
que sacar de vez en cuando un rato
y escribirte un
poema
para que no
pienses que he muerto.
Como ves, no voy
a estar seguro de poder atenderte
si me llamas para
hacer el amor o para planear
nuestra boda en Las
Vegas…
Procura avisarme,
por los menos, quince minutos antes.
©Santiago Pérez Merlo