Siempre me han gustado altas,
macizas y robustas,
que uno pueda apoyarse en su regazo
sin clavarse nada.
Reconozco en las delgadas
la belleza de sus formas
y lo bien que le caen algunas telas
o lo mucho que adornan en la cama...
Pero no dejan de ser precisamente un adorno,
algo poco gustoso al tacto y al aliento.
A la hora de dormir, de abrazarlas,
de calmar en ocasiones
la soledad que sienten aunque tú estés cerca,
ese frío que se cuela por el lado
opuesto de la cama...
A la hora de dormir -decía-
quiero la consistencia,
lo rotundo en las formas y huyo
de las modas y de los consejos
de médicos y naturistas.
A la mía, por ejemplo, la adoro tal y como es,
con ciertos altibajos y sus imperfecciones.
Podría decirse que ya estamos hechos
el uno para el otro...
Y no crean que es fácil
elegir una almohada.
©Santiago Pérez Merlo
Secuela
Pongamos que he vivido,
aproximadamente,
la mitad de mi vida...
¿Qué hago en adelante
si como se asegura
-y salvo raras excepciones-
nunca segundas partes
fueron buenas?
Hombre lobo
En defensa del lobo proclamo su derecho
a devorar caperucitas para salvar su
especie
y extinguir la estirpe de las muchachas
cursis.
En defensa del lobo defiendo ser un lobo
para el hombre y atacar en manada
a las ovejas torpes que a un silbido del
amo
agachan la cabeza y ahogan su balido.
En defensa del lobo aúllo mi razón
de cantar a la luna y de evitar las
trampas
que me tienden las balas de plata del
destino.
En defensa del lobo marco mi territorio
en este bosque y decido
a quién dejo caminar por él
y a quién quiero lejos de mi camada.
Y en defensa del lobo de la estepa
procuraré alejarme cuando llegue el
momento
y morir solo.
En defensa del hombre
reivindico
mi derecho a ser lobo.
mi derecho a ser lobo.
©Santiago Pérez Merlo
Esta noche
No es la noche negra
de balada interior de Federico
ni es la noche blanca
de coca y de lujuria
de Luis Alberto de Cuenca.
La noche no es en blanco y negro.
Y no es la noche azul que Neruda derrama
por el mundo.
¿Qué saben los poetas del color de la
noche?
La noche es incolora y sin matices.
La noche es inodora e insípida
como un pastel de estrellas.
Transcurre sólo porque es noche
y es obligatoria
para que exista el día.
Es algo así como la muerte entonces:
un contrapunto necesario
e inocente en sí y de sí mismo.
...
También podría, claro,
existir otra noche,
existir otra muerte
más pequeña.
Y otro día perdido
hasta la noche nueva
que amaneciera al salir la luna.
Una noche preñada de colores,
de olores y sabores...
Como un sol, una estrella
cuajada de pasteles
con los que celebrar
la vida.
Cine negro
Fotograma de "Tener y no tener" |
Olvidé que el viejo asunto
de disparar primero y preguntar despuésno vale con mujeres que disparan
preguntas a bocajarro
y esquivan como ninjas
las balas de fogueo de las tuyas.
Olvidé que Marie Browning,
justo antes de besar
sólo por comprobar si eso le gustaría
al bueno de Harry Morgan,
le dice que casi siempre
es un canalla.
Olvidé que Philip Marlowe o Sam Spade
rara vez se enamoran
y por eso conservan el pellejo.
Olvidé que no hay halcón,maltés o no,
capaz de atrapar al vuelo
la mirada de desdén de quien desea
caer rendida en tus brazos.
Y olvidé sobre todo asegurarme
-antes de retirarme a mi guarida-
de que no eran del mismo material
tus sueños y mis sueños.
©Santiago Pérez Merlo
©Santiago Pérez Merlo
Orden
A no mucho tardar, un día de estos,
voy a intentar poner orden
en todo lo que hago.
No parece difícil a priori:
se trata de vestirse por los pies
en lugar de empezar por el sombrero,
de dormir por la noche y trabajar de día,
de no desayunar a media tarde
ni merendar al alba...
Asuntos cotidianos y de poca importancia.
Tengo que procurar, sin ir más lejos,
no volver a empezar
por el final mis relaciones.
Es la última vez que me declaro
con una despedida.
©Santiago Pérez Merlo
voy a intentar poner orden
en todo lo que hago.
No parece difícil a priori:
se trata de vestirse por los pies
en lugar de empezar por el sombrero,
de dormir por la noche y trabajar de día,
de no desayunar a media tarde
ni merendar al alba...
Asuntos cotidianos y de poca importancia.
Tengo que procurar, sin ir más lejos,
no volver a empezar
por el final mis relaciones.
Es la última vez que me declaro
con una despedida.
©Santiago Pérez Merlo
La carta
Es extraño sentarse ante un papel en
blanco
sin saber si uno quiere escribir
una carta de amor, una receta
de pollo en pepitoria,
una sesuda crítica de cine
o un simple mensaje de correo,
una retahíla de preguntas
que no encontré ocasión de formularte.
Uno se sienta ante el papel en blanco
por la propia costumbre de enfrentarlo,
como quien va al psicoanalista
o acude al confesor sin tener del todo
claro
qué enajenación (si es transitoria o no…)
padece
o qué pecados se pueden cometer
si jamás se ha creído en el pecado.
Pero se sienta. Y lo llena, lo emborrona
de frases inconexas
que hablan de recetas y de tardes soñando
con pecar desde antes de la cola para
entrar al cine;
y de criticar ferozmente
a los psicoanalistas y escribirte
correos de amor para que no los leas.
…
Cada vez tengo menos certezas,
pero conservo algunas:
mi mejor carta de amor
es mi papel en blanco…
para que tú nos llenes.
©Santiago Pérez Merlo
©Santiago Pérez Merlo
Hogar, dulce hogar
Hay cigüeñas en Alcalá de Henares.
Y es enero.
No sabemos si se han adelantado
o si nunca se han ido.
No sabemos si han hecho aquí su nido permanente
y se han acostumbrado al frío seco.
Quizás están cansadas de volar,
de hacer año tras año el viaje norte-sur
y viceversa.
Quizás esa pareja, una noche de noviembre,
aún caliente de sol de aquel otoño interminable
el nido, crotorando se dijo ¿para qué?
Si nos damos calor, si estamos juntos,
tal vez no sea tan duro nuestro invierno.
Y aquí siguen.
No han necesitado ir y venir,
huir para volver como nosotros
a encontrarnos el invierno siguiente.
A veces, sólo a veces, envidio a las cigüeñas en su nido.
©Santiago Pérez Merlo
Y es enero.
No sabemos si se han adelantado
o si nunca se han ido.
No sabemos si han hecho aquí su nido permanente
y se han acostumbrado al frío seco.
Quizás están cansadas de volar,
de hacer año tras año el viaje norte-sur
y viceversa.
Quizás esa pareja, una noche de noviembre,
aún caliente de sol de aquel otoño interminable
el nido, crotorando se dijo ¿para qué?
Si nos damos calor, si estamos juntos,
tal vez no sea tan duro nuestro invierno.
Y aquí siguen.
No han necesitado ir y venir,
huir para volver como nosotros
a encontrarnos el invierno siguiente.
A veces, sólo a veces, envidio a las cigüeñas en su nido.
©Santiago Pérez Merlo
Insinuaciones
Dime que te repugno, que mi sola presencia
te da ganas de vomitar y que, si no lo
haces,
es por tu estricta educación de colegio
de monjas,
que te enseñaron a ser una señora.
Di que si no te cambias de acera cuando
nos cruzamos
es porque tienes miedo de ser atropellada
por lo rápido que huirías con tal de no
enfrentarme,
despavorida, loca y horrorizada tan sólo
de pensar
que tienes que decirme un simple hola.
que la última vez que supiste que yo iba
a estar
en aquella exposición de un común amigo,
por poco si no te cortas una mano
para poder presentar como excusa
certificado de Urgencias.
Porque si no lo haces, si continúas
haciendo gestos inequívocamente equívocos
como rascarte la nariz o recogerte el
pelo,
llamar a un taxi, encender un cigarro o
decir
buenos días,
yo seguiré convencido de que aún tengo
algo que hacer,
que no todo está perdido y que de tu
nariz
rascada hasta tu boca no queda más que un
paso.
©Santiago Pérez Merlo
De vida alegre
Me encantan las mujeres de vida alegre,
las que tienen la sonrisa presta
y la carcajada a flor de labio.
Las mujeres que se ríen con la vida y contigo
y de la vida y de ti si es necesario.
Las que rebuscan risas en los bolsillos
del alma,
busconas de la alegría,
que estafan
con socaliña
-como afirma el diccionario-,
para robarle a las penas su tiempo y su
miseria.
Las mujeres que ríen mientras lloran
y afirman “qué tonta soy”
con el pañuelo en la mano
al final de “Casablanca” o de “Qué bello
es vivir”.
Las otras, las abnegadas,
las tristes, las circunspectas,
las adoratrices del lamento y de la queja…
Quedan bien en un cuadro de Hopper
o en una novela del siglo dieciocho,
pero es un coñazo insoportable
vivir con ellas.
Julia Roberts en "Pretty woman" |
Credo
Dicen que es un don la fe y nunca he
lamentado,
como con tantos otros dones que me
faltan,
no tenerlo.
creer, no sé, en la astrología,
en los gatos y soles egipcios
o en las deidades del Olimpo
-ya saben, esos dioses y semidioses
como de culebrón mezclado
con peli
de aventuras-.
Creer, por ejemplo, en la buena ventura
de la rama de romero
o en los adivinos de los posos del café.
En las amigas brujas
-con perdón de la expresión-
que te ven saludar a una mujer
y te diagnostican al instante
amor eterno.
O creer,
como los indios del cine de mi infancia,
en el dios de la lluvia, el espíritu del
viento…
en el hermano lobo.
Pero no.
He crecido descreído
y salvo que en la hora de la muerte
decida yo también
agarrarme al clavo ardiendo
de una cruz de madera
(eso nunca se sabe),
me moriré sin saber
si realmente me perdí
un celestial don
al alcance tan sólo
de unos pocos elegidos
o si, como intuyo,
bastaba con creer
en el brillo divino de tus ojos.
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