He aprendido, aunque lleva algunos años,
a educar a la memoria y convertirla
en
compañera.
No me refiero, claro, al don de dominar
o reinventar recuerdos: ellos vienen y
van
a su antojo,
pasean y se esconden y aparecen
cuando menos los esperas. O en los sueños
y es entonces
cuando es imposible aletargarlos.
He aprendido, sin embargo,
a educar y prever
la memoria futura.
Y me basta recurrir en el presente
a la amable memoria del pasado.
Es ella quien me dice, por ejemplo,
“¿recuerdas aquel día que creíste morir
de dolor? ¿Las semanas eternas acostado
en la cama de aquel hospital?
¿Las recuerdas? Míralas,
yo te las traigo.
¿Y recuerdas aquel otro día
cuando sólo podías pensar
cuándo
y cómo se acabará “esto”
(poco importa ahora lo que fuera)?
Míralo, mira ese día.”
Y ella tiene razón. Ya no son nada.
Las infinitas horas de agonía,
de tedio, de desolación, de hastío…
son sólo por que las dejamos ser.
Si fuéramos capaces (yo lo intento)
de mirarlas al paso de los años,
de los días incluso,
se volverían efímeras y leves,
apenas el instante que ahora malgastamos.
Lo penoso, lo triste,
es que sucede igual
con las horas felices.
Echar la vista atrás
y que el recuerdo
y que el recuerdo
de ayer
o de anteayer,
o de hace una semana
se nos antoje un vuelo,
un suspiro que se fue y que nos deja
tan sólo una pregunta
¿por qué no lo hicimos
eterno?
eterno?
©Santiago Pérez Merlo
Santiago. Cada día mejor. Más intenso. Más profundo.
ResponderEliminarPedazo de escritor.
Me emocionan tus textos de forma quizás inentendible. Sólo lo consiguen los grandes. Un abrazo
Es buenísimo. Emocionante.Para mucho pensar y reflexionar. Toca el corazón y las entrañas...Enhorabuena, Santiago!!
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