Ordenar la biblioteca tiene algo
de ordenación del alma,
de ejercicio terapéutico e introspectivo
que conviene realizar de vez en cuando.
Según el ánimo,
se puede reordenar por épocas históricas
-este clásico acá,
en el extremo opuesto
una
vanguardia…-,
por temas recurrentes
-amores imposibles y rupturas,
al fondo
a
la derecha;
amores de andar por casa,
consérvense en la mesilla de noche,
por si acaso…-
o por el más académico alfabeto.
En todo caso,
moviéndolos con mimo
y procurando
que no pierdan
una mota de polvo si la hubiere
(son ellas quienes marcan
el tiempo de reposo)
los libros nos dirán
cómo se encuentran.
Brezmes conversa en animosa charla
con Bertolt Brecht,
algo aburrido ya
de Bécquer y de Benedetti.
Mariano Crespo mira
como quien mira a un niño,
conmovido,
las canciones infantiles
y los colores de Darío.
Un poco más allá,
García Montero
se ha partido
en dos estanterías
no sabemos
si por darle la espalda a Garcíalorca
o anhelante de seguir a Ángel González.
Casi al final,
Rimbaud, Salinas,
William Shakespeare
alzan las cabezas
para olfatear
el mar de muerte de Paul Valery
y las hojas
de hierba
de Walt Whitman.
Sobre ellos,
en alegre desdén
sobrevuelan
ediciones de bolsillo
y los volúmenes más manoseados
de los poetas que siempre van conmigo,
aquellos
que no nombro.
©Santiago Pérez Merlo
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