Una tarjeta-llave de un hotel abandonada
en el ascensor de un edificio de viviendas
familiares
es casi tan absurda como un Sagrado Corazón
en la puerta rojiza y desconchada
de un sugerente motel de carretera
con luces de neón encima de la entrada.
O quizá
no.
Quizá
quien quiera que la haya perdido
(olvidado, descuidado, arrojado…)
saliera ayer en busca del impagable
olor de la aventura,
del frescor de las sábanas de hotel
y la promesa del viaje
a lo desconocido…
Y haya llegado hoy
(quizás tan sólo
ha regresado)
al conocido ascensor de la rutina.
©Santiago Pérez Merlo
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