Viajes


Una tarjeta-llave de un hotel abandonada
en el ascensor de un edificio de viviendas familiares
es casi tan absurda como un Sagrado Corazón
en la puerta rojiza y desconchada
de un sugerente motel de carretera
con luces de neón encima de la entrada.

O quizá no.

Quizá quien quiera que la haya perdido
(olvidado, descuidado, arrojado)
saliera ayer en busca del impagable
olor de la aventura,
del frescor de las sábanas de hotel
y la promesa del viaje
a lo desconocido

Y haya llegado hoy
(quizás tan sólo ha regresado)
al conocido ascensor de la rutina.

©Santiago Pérez Merlo

Parafernalia

Lo había visto en el cine
y en los veladores de los cafés
(los poetas nunca ocupan “mesas de bares”)
y en los bancos en penumbra de los parques
(los poetas no se sientan al sol en piedras de descampados urbanos)…

Y me compré uno de esos cuadernos
de tapa de hule, color sombrío y marca impronunciable.
Y me compré una de esas plumas
de plumín de oro y caperuza a rosca
(los poetas no usan libretas ni bolis).
Y para completarlo, tiré mis cigarrillos
y me pasé a la pipa…

Y me siento en los cafés
y me pierdo en los bosques y los parques.
Y tengo un Moleskine, una Mont Blanc
y una pipa Peterson arenada.
Y ni un solo poema.

©Santiago Pérez Merlo