Mudanza

Cierras la puerta y sabes 
que ya no hay vuelta atrás, 
que esta ha sido 
la última noche y ahí se queda 
más de un tercio de tu vida. 

No sientes alegría
porque no es un infierno lo que dejas y no es 
nostalgia ni  puedes 
asegurar que sea tristeza.
Pero encierras,
con el cuarto chasquido del cerrojo,
tus últimos veinte años: veinte años 
de risas infantiles (y no tanto), de ladridos,
de insomnios masticados y
alguna que otra -claro- noche de placer. 
Atrás queda todo aquello que no cabe 
en un camión de mudanza:
momentos de los que ya 
no hay tampoco ni rastro de memoria 
y abandonas allí,
flotando como fantasmas o adheridos 
a los cercos y los clavos donde hace poco 
-apenas una mañana- hubo vida.

Dentro se oye el eco y hace frío. 
Sales al día gris y piensas
-como un fogonazo, una media sonrisa-:
“Mañana no será lo que dios quiera”. 

¿Poesía?

      “…nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno…” 
       (Gabriel Celaya)

Ya empiezan 
a sangrarme los ojos. Ya 
diviso otra vez 
la costa de Ítaca.
¿Quieres agua? ¿Quieres odiseas?
Cuéntame cómo baja de lodo
el barranco de Chiva.
Por qué huele a cadáver la costa de El Hierro.
Por qué Kiev. Por qué Gaza.
Por qué otra mujer asesinada en Usera.
Deja a Ulises en paz y quema
de una puta vez
la manta de Penélope: la poesía 
(la vida… y la muerte)
es otra cosa.

(más) Nudos

Se enreda como los hilos 

en los dedos inexpertos

de la niña que aprende a tejer 

imitando a su abuela;

como las cadenas y los abalorios 

que llevamos al cuello 

en las noches de sudor y pesadillas.

 

Hacen falta dedos 

experimentados u oficio de orfebre 

y, aún así, cuántas veces el nudo

no se deshace, al contrario: 

se estrangula y se aferra a sí mismo

y nos ahoga…


Y hay que cortar o aprender 

a vivir ennudeciendo.

Desde Despeñaperros

Y de repente el mar

ya no es azul: es 

verde y no danzan las medusas,

aunque danzaran aquí 

cuando la tierra 

era sólo 

una única tierra.

Las piedras ya no ocultan 

erizos ni bivalvos

sino ceniza y versos

camino de Soria 

y de Colliure…

y de la muerte.

El faro es ahora un olmo

que no guía navegantes 

sino estrellas.

Sólo la mirada es 

-y no estamos seguros

de ser siempre nosotros- 

la misma mirada. 

Tiempos muertos

(Está aquí 

ahora 

y de pronto 

ya no es.)


Una aguja 

del reloj 

avanza, dice que sí y la otra 

se para,

indecisa: al tictac 

no le sigue el golpe seco 

del minuto. Y no hay horas.


Se arrancan los días 

y crecen los meses 

en el almanaque; los años

siguen saltando 

                             sin paracaídas.


¿Dónde están esos minutos

y esos días, esos años

en que la vida

pareció detenerse 

pero no estábamos seguros

de haber muerto?

Agua

Llevo el mar -todos 
los mares- tatuado en el cuerpo 
y el salitre oxidando los goznes 
del poema. 
Cada mar -todos
los mares- dejó una herida 
y un remedio curando 
las palabras.
Todos los mares -un único 
mar- se van para volver 
como yo vuelvo 
a escribir en la espuma
versos leves como agua.